“Pinocho”, de Carlo Collodi, en versión de Mimí Harvey. Elenco: Oscar Ferreyra, Marcelo Allegro, Gustavo Portela, Carolina Painceira, Martín Kasem y Pablo de la Fuente. Música original: Rigo Quesada, Escenografía y vestuario: Cristina Pineda. Diseño y realización de títeres y muñecos: Gabriela Díaz. Realización sombreros: Ana Laura Mercader. Diseño gráfico: Pirrone-Baldoni. Iluminación: Pablo Multini. Asistente de dirección: Laura Otero. Dirección: Mimí Harvey. Sala Armando Discépolo, calle 12 entre 62 y 63. Sábados y domingos 17 hs.
“Pinochio”, un clásico de la literatura infantil, escrito por el italiano Carlo Collodi (1826-1890), cuenta las mil peripecias de un muñeco de madera que cobra vida y aprende a ser niño de carne y hueso, equivocándose y corrigiéndose, capitalizando sus errores y creciendo a los golpes.
Teniendo en cuenta la época en que se publicó “Las aventuras de Pinocho. Historia de un muñeco” (1883), es justo reconocer que se trató de un concepto pedagógico vanguardista, ya que el relato aboga por el aprendizaje a través de la propia experiencia, en lugar de la tradicional educación dirigida.
“Pinocho” desobedece los consejos de su “padre”, el carpintero Gepetto; de su amigo, el Grillo, y de su Hada Madrina; se deja tentar por las falsas promesas del astuto Zorro y por la invitación de Mecha, otro chicuelo que prefiere ir al “País de los juguetes” más que a la aburridísima escuela.
Pero, claro, el precio que paga es alto. La ignorancia y la haraganería no dan buenos frutos (aún cuando, paradójicamente, hoy sean precisamente ésos los requisitos básicos para obtener el pasaporte al éxito mediático instantáneo).
La adaptación de Mimí Harvey es muy entretenida, y su puesta en escena capta la atención de los chicos durante más de una hora. Oscar Ferreyra tiene el “physique du rôle” perfecto para dar vida a esta entrañable criatura. Dota a su personaje de candor, inocencia, picardía, valor, haciéndolo creíble y querible, con todos los matices y claroscuros que la composición requiere. Marcelo Allegro es un Gepetto tierno, cariñoso y comprensivo, y el Hada Madrina de Carolina Painceira es dislocada y atropellada, alejada de la imagen convencional de los cuentos. Gustavo Portela, en la piel del ladino Zorro y del farsante domador, suaviza a sus malvados con cierta torpeza, que los torna graciosos, ahorrándoles sobresaltos y llantos a los más pequeños. El personaje de Martín Kasem, un pillo de novela, vagoneta y bandido, provoca las carcajadas de chicos y grandes: un hallazgo. El Grillo-pregonero de Pablo de la Fuente, con acento cubano: ingenioso recurso, muy bien trabajado, al igual que los Cabezudos.
Un acierto que dinamiza notablemente el ritmo de la pieza es el momento en que Pinocho y Mecha bajan a la platea e interactúan con el público, convirtiendo a todos en alegres y despreocupados habitantes del País de los Juguetes.
El vestuario, la escenografía, el maquillaje, la música, los efectos de sonido, la iluminación, todo suma a la hora de crear el sortilegio mágico del teatro y cautivar al espectador.
“Pinocho”: adorable muñequito, que resiste los embates del tiempo.