Chicas, no lo tomen a mal, pero hoy la propina para el mozo la embolso yo. Mi arbolito da pena y necesito reponer las bolas.
Eso último, sacado de contexto, suena re-zarpado, Cloti.
¡Qué ordinaria, Pina! ¿Cómo podés tener la mente tan podrida?
Relajáte, nena. No es para tanto. Tendrías que conseguirte un novio, vos.
¡Claro! ¡Como si fuera tan fácil. A mi edad…
Pará un poquito. Vos sos más chica que la Borges, ¿no? Y ella se enganchó un carocito treinta y pico de años menor. No todo está perdido.
Bueno, pero no vas a comparar. La Gra es la Gra. Yo soy un cuatro de copas.
Los criterios cambian, chicas. Ahora, a los que están comprendidos en la franja 60-80, se los llama “viejos jóvenes” o “neoviejos”; los “viejos, viejos”, de 80 en adelante. Dice un estudio que los que fueron jóvenes en la década del ’60 y del ’70, todavía mantienen “una impronta moderna”.
Impronta, puede ser; pero piel y huesos, te aseguro que no.
Hay un problema serio con el tiempo últimamente. No hay persona con la que me cruce que no me escupa en la cara: ¡Cómo se me voló este año!
Tal cual. El tiempo de nuestra infancia era eterno, de goma. Las vacaciones, sin ir más lejos, interminables. De un cumpleaños a otro, un siglo. Hoy hasta los pibes chiquitos te dicen que se les voló el año. Preocupante, ¿no?
Y convengamos que diciembre es un mes particularmente caótico. Todos con los nervios de punta, de fiesta en fiesta, atosigados de sándwiches de miga, comprando todo a último momento, discutiendo dónde lo pasamos, qué llevamos, quiénes ligan regalitos de Santa y quiénes no. ¡Un bolonqui sideral!
Eso porque no nos animamos a patear el tablero y hacer lo que se nos canta.
Es que no se puede zafar, Flora. Hay compromisos inevitables.
Mirá, Pili, hay una edad en que una debe liberarse de los mandatos impuestos.
Se dice fácil. Pero después quedás mal con Dios y María Santísima.
Ese es el punto. ¿Qué necesidad hay de “quedar bien” con todos? Si igual te van a sacar el cuero a lonjas: que el vitel toné estaba seco, que pijoteaste con el atún en el pionono, que ese vestido ya te lo pusiste la Navidad pasada, que se te ven las raíces y te creció el flotador, que deberías usar manguitas para ocultar el “salero”, que no te depilaste el bozo, que tenés los dientes amarillos …
¡Pará, desagradable! ¿No estarás hablando de mí en particular?
No, zonza. Es una generalización. Una debería poder elegir con quien tiene ganas de estar, y no hacer todo por obligación.
Vos sí que seguís siendo una hippie del 60. No hay caso. No madurás más.
Si madurar implica atarme a las convenciones, vivir esclava de qué dirán, renunciar a mis ganas, fingir y ser hipócrita, entonces me niego a madurar.
Estoy con vos, Flora. Imagínense qué bajón, cuando estemos a punto de estirar la pata, darnos cuenta que siempre vivimos según las expectativas ajenas, y nunca según las nuestras; que nos quedaron un toco de asignaturas pendientes.
Tampoco se puede todo, chicas. Hay cosas a las que se renuncia en pos de otras
Claro. Decidir tener hijos está bárbaro. Pero no hay que olvidarse del tiempo, esfuerzo, sacrificio y energía que esa decisión trae aparejada. Nada es gratis.
Che, seré curiosa: ¿qué nos pasa que nos hemos vuelto tan filosóficas de golpe?
La vida nos pasa. Por arriba. Como un tsunami. Con sus más y sus menos.
Pero aquí estamos, cantando al sol, como la cigarra. Por nosotras. ¡Chin, chin!