
Mis abuelos, como los abuelos y bisabuelos de muchos argentinos, vinieron de Europa huyendo de la guerra. Ésta era una tierra prometida, un refugio, donde echaron raíces y armaron sus familias. Pocos contaban detalles de las penurias sufridas en el Viejo Mundo, y muchos decidieron ni siquiera volver de visita, por los malos recuerdos de lo vivido. Para nosotros, sus descendientes, la Primera y Segunda Guerra Mundial era apenas un tema que se estudiaba en los libros de historia. Y de pronto, en pleno siglo XXI, los nietos, bisnietos y tataranietos de esos inmigrantes, somos testigos de nuevas y feroces guerras que sacuden al planeta. Una de las frases más conocidas del escritor estadounidense, ganador del Premio Nobel John Steinbeck es: “Toda guerra es un síntoma del fracaso del hombre como animal pensante”. Indudablemente, hemos evolucionado científica y tecnológicamente, pero da la clara sensación que involucionamos como humanidad si creemos que la única manera de resolver conflictos es matándonos entre todos. Estamos destruyendo nuestra propia y única casa, serruchando la rama en la que estamos sentados. Como bien sentenció Albert Einstein: «No sé con qué armas se luchará en la Tercera Guerra Mundial, pero la cuarta será con palos y piedras.
Diario Clarín, 27/06/2025