Yo no pido mucho, o tal vez sí. Me gustaría que mi nieto juegue en la vereda, como lo hacía yo de chica. Poder circular por la ciudad sin que un piquete me lo impida. Me gustarían políticos que no roben y que estén en contacto con el ciudadano de a pie. Poder hablar por celular en la calle sin temer que un motochorro me arrastre o me mate para robármelo. Me gustaría que maestros, médicos y policías ganaran sueldos dignos. Que diputados y senadores fueran merecedores de sus cuantiosos ingresos trabajando mucho más. Recuperar la escuela pública de mi infancia, esa educación de calidad accesible a todos. Dejar de exportar jóvenes que encuentran en Ezeiza la única salida. Me gustaría que hubiera sindicalistas honestos, que no se eternizaran en sus cargos, y que realmente bregaran por los derechos de los trabajadores y no en beneficio propio. Que los funcionarios y sus familias se atendieran en hospitales públicos y enviaran a sus hijos a escuelas y universidades públicas. Me gustaría tener una Justicia no colonizada ni partidaria, y que la Ley fuese pareja para todos. Que las jubilaciones fuesen dignas, para que los mayores no tuvieran que elegir entre comer o comprar remedios. Que se suprimiesen las jubilaciones de privilegio.¿Es mucho pedir? Puede ser. Pero de esperanza también se vive, aun en un país tan roto como este.
Diario Clarín, 23/10/2023