“Una película sin Julie”, la obra escrita por Fernando Albinarrate , dirigida por Julio Panno y magistralmente protagonizada por Lucila Gandolfo, que vimos en la bella Sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, es una joya, una verdadera pieza de colección, una propuesta imperdible de la Calle Corrientes, los martes a las 20.30 hs.

“Catalina” es una niña de 6 años que va con sus padres al cine a ver “La Novicia Rebelde” (estrenada en Estados Unidos el 2 de marzo de 1965). Desde ese día, decide que Julie Andrews  (que hoy tiene 90 años) sea su mejor amiga “invisible”. Su amor por los personajes de la icónica actriz es incondicional e inconmensurable. Las canciones de sus películas la acompañan a través del tiempo. Catalina se convierte en su admiradora más ferviente. Se encierra en su cuarto, se disfraza con atuendos y pelucas, canta sus temas más emblemáticos (sublime), vive a través de esas maravillosas historias, como si su propia existencia fuera una película más.

La pequeña, feliz,  va pasando de la infancia a la adolescencia, experimentado cambios en su cuerpo y descubriendo el amor. Inocente, extremadamente sensible e ingenua, cae en una sórdida trampa y sufre una situación traumática que la modificará para siempre. A partir del hecho vivido, será un antes y un después. De ser parte de una película romántica,  el suyo ahora es un film de terror. La pequeña Catalina es ahora “Miss Catalina Lonely”, una profesora de inglés severa, estricta, inconmovible, inflexible, presa de una vida rutinaria, gris y solitaria (“lonely” en inglés).

Sin embargo, un episodio fortuito hará que recupere su viejo ser, que se reencuentre con su amiga invisible, y se anime a jugar una vez más.

La interpretación de Lucila Gandolfo es sencillamente extraordinaria. Todo en ella brilla: sus voces, sus desplazamientos, su danza (coreografía de Verónica Pecollo), la enorme cantidad de personajes que compone, las sutiles transiciones, su canto -que logra transformarla como por arte de magia en la mismísima Julie Andrews-, todo conforma un combo que cautiva y conmueve al espectador “da capo al fine”.

La precisa dirección de Julio Panno, responsable asimismo del diseño de vestuario, escenografía y luces, es clave para mantener la atención de la platea. Alterna sabiamente los climas, el ritmo, los tempos, y logrando así el lucimiento de una actriz y cantante todo terreno. Con muy pocos y bien elegidos elementos, en una puesta deliberadamente minimalista, todo el acento está puesto en la interpretación. La asistencia de dirección corrió por cuenta de Miriam Costamagna.

La música original, dirección musical y texto de Fernando Albinarrate (sobre una idea de Lucila Gandolfo), es una receta magistral. La trama tiene varias vueltas de tuerca que sorprenden, sobrecojen, asombran, y generan por momentos risas, ternura, y en otros inmensa empatía y conmiseración por el personaje.

En esta ocasión, el piano fue bellamente interpretado por Nico Di Lorenzo, convirtiéndose en co-protagonista de la obra.

La vida no es una película, ni un lecho de rosas, son dichos del acervo popular que se refieren a las dificultades de la existencia humana, a los finales poco felices, a las tragedias que generan angustia y desazón. Sin embargo, siempre estará el paraguas mágico de Mary Poppins, del ARTE en todas sus formas, para elevarnos, alzar vuelo y sobrevivir contra viento y marea.

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