“Hamlet”, de William Shakespeare. Elenco: Fabio Prado, Gustavo Sala Espiell, Elke Aymonino, Marcelo Allegro, Valentina Pizarro Mancini, Eduardo Spínola, Cristian Palacios, Roberto Mono Aceto, Claudio Rodrigo, Nicanor Perón, Nora Oneto, Fredi Magliaro. Músicos: Martín y Camila Moore. Espacio escénico: Gonzalo Monzón. Asistencia espacio escénico: Anabela Muñoz Candia y Nadia Aguirre Martí. Diseño de iluminación: Verónica Gómez Toresani y Sebastián Scianca. Música original: Martín Moore. Visuales: Flor de Fuego. Vestuario: Constanza Gómez. Corona: Germán Stasiuk. Fotografía, diseño, trailer: Luciana Demichelis. Dirección general: Nicolás Prado. Sala Alejandro Urdapilleta, TAE, Calle 51 entre 9 y 10, La Plata. Ultima función, domingo 23 de septiembre, 17 hs. Entrada general: $100.
He tenido la fortuna de ver numerosas versiones de este clásico de Shakespeare. Incluso una protagonizada en Londres por el actorazo Alan Bates en 1970. Y creo que a esta altura lo más interesante para el espectador que ya conoce la trama, es descubrir qué tipo de puesta concibe quien se dispone a dirigirla. En ese sentido, la elegida por Nicolás Prado resulta muy acertada e interesante. Prado es un joven director que asume riesgos, sale de la zona de confort y se anima a abordar un clásico como éste, respetando el texto a pie juntillas, pero modernizando la mirada, lo cual subraya su innegable vigencia.
Cuando uno entra a la Sala Alejandro Urdapilleta (TAE, Teatro Argentino), las actrices y actores están deambulando por el espacio escénico, repasando sus textos, practicando esgrima, intercambiando miradas cómplices y sonrisas. Es una suerte de “backstage” a la vista. Están vestidos de calle: jeans, remeras, camperas, sacos sport, zapatillas: nada que los diferencie del público. Este efecto ya de por si los acerca, los hermana con los espectadores. Son gente de carne y hueso como cualquiera de nosotros, cuyo maravilloso oficio es “actuar”, interpretar personajes, contar historias, transformarse por un par de horas en “otras” y “otros”, imaginados –en este caso- por el inoxidable William Shakespeare.
En cuanto a la escenografía, no necesitan casi nada. Y nos vienen a la memoria las palabras de Peter Brook: “Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro lo observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral.” Y ese deliberado despojo hace que apreciemos más aún los textos, las intenciones, sin artificios innecesarios que distraigan.
Todos conocemos la línea argumental de “Hamlet”. El Príncipe atribulado por la repentina e inesperada muerte de su padre, el Rey, y asombrado ante el apresurado casamiento de su madre, Gertrudis, con su tío, Claudio, hermano del difunto, ahora soberano. A la natural tristeza la sigue un irrefrenable deseo de venganza, al enterarse de boca del mismísimo fantasma que se trató de un asesinato, siendo el asesino quien ahora ocupa el trono de Dinamarca. Su simulada locura, el plan para desenmascarar al homicida, los infortunios que preceden a la tragedia final, “and the rest is silence”.
En cuanto a las actuaciones, Fabio Prado ya nos había deslumbrado con su composición del pérfido Yago, en una versión de “Otelo” dirigida también por Nicolás Prado. Redobla aquí la apuesta y construye un Hamlet magistral. Su criatura transita todos los estados y el actor posee los recursos para trasmitir tristeza, desconcierto, ira, crueldad, ternura, sadismo, vulnerabilidad, firmeza: un enorme abanico de sentimientos que se traslucen en sutiles transiciones. Es una suerte de gimnasia emocional extenuante. Y se le cree todo, cada gesto, cada palabra, cada mirada, cada silencio. Un “capo lavoro” sin lugar a dudas.
Más allá de esta destacada labor protagónica, todo el elenco de esta versión de Hamlet está sencillamente impecable. El “Polonio” de Marcelo Allegro es una delicia, y sus densas peroratas y pesados sermones distienden el clima ominoso de la pieza. Gran trabajo de Allegro, muy a su medida. Otros personajes que oxigenan son los compuestos por Nicanor Perón (“Reinaldo” y “Osrick”), frescos y pícaros. La transición de la desdichada “Ofelia” (Valentina Pizarro Mancini) es una perlita: su desquicio tras la muerte de su padre resulta particularmente conmovedor. Atractivo desdoblamiento de Roberto Mono Aceto y Claudio Rodrigo, personificando primero a los “amigos” del Príncipe, “Rosencrants” y “Guildenstern”, y luego a los simpáticos sepultureros, en el entierro de la doncella. Nora Oneto (el Cómico”), magnética como siempre, resuelve con gran economía de recursos la escena clave de la obra, en la que se desenmascara al homicida. Gustavo Sala Espiell (“Claudio”) y Elke Aymonino (“Gertrudis”), contenidos, verosímiles, presos de sentimientos encontrados: lascivia, culpa, remordimiento. Logrado el “Laertes” de Eduardo Spínola, buen hijo y mejor hermano, mas un títere en manos del inescrupuloso Rey, que lo usa como instrumento para intentar liberarse del molesto Hamlet. Fredy Magliaro es “la sombra”, el errante fantasma del Rey asesinado, cuya perturbadora imagen es otro de los aciertos de la puesta de Nicolás Prado. Cristian Palacios enternece en la piel de “Horacio”, el fiel amigo y ladero del Príncipe, encargado de contar esta triste historia, tras el trágico desenlace.
Los músicos en vivo, Martín y Camila Moore, aportan su inefable magia, subrayando los diversos climas de la obra. La bella Camila y su violín, un regalo para vista y oídos.
El “Hamlet” de Nicolás Prado dura 2.30 hs apróximadamente, con un intervalo de 10 minutos, a pesar de lo cual, por lo ágil de la puesta, no se hace largo ni pesado.
En suma, un trabajo de equipo aceitado, un “Dream Team” muy bien capitaneado, al servicio de un texto exquisito, que resiste los embates del tiempo.