Muy sonriente y suelta de cuerpo, Cristina apareció el martes pasado en todos los diarios, sacándoles tarjeta roja a “la mala onda y a cierta dirigencia del fútbol”. Eso nos da permiso, creo, a enarbolar la tarjeta roja contra otras tantas cosas que afectan nuestra vida cotidiana. Saquémosle, entonces, tarjeta roja a la corrupción; a los funcionarios sospechados de enriquecimiento ilícito, a la inseguridad que cobra vidas a diario; a la falta de sentido común, de idoneidad, de capacidad para resolver los problemas; a la ausencia total de autocrítica para hacerse cargo de los muchos errores cometidos por esta gestión; a la nula comunicación con los medios de prensa no afines.
Tarjeta roja al deseo de perpetuarse en el poder, a los desatinos del acuerdo con Irán en el caso AMIA y al contrato con Chevron. A los trenes obsoletos, a las concesiones truchas, a la designación de un militar sospechado. Al manejo antojadizo de la política de derechos humanos. Tarjeta roja al clientelismo, a la dádiva institucionalizada. Tarjeta roja a la soberbia, el patoterismo y a la permanente confrontación. Tarjeta roja a la burla y descalificación del que piensa diferente. Pero, eso, sí, a sacarles tarjeta roja en las urnas.