“Siemprevirginia”, de Mariela Anastasio, protagonizada por Inés Sbarra. Realización cinematográfica: Marina La Battaglia y Cecilia Cesari Sarmiento. Diseño sonoro y musicalización: Emilio González Tapia. Vestuario y pantalla: Cintia Suárez. Dirección y puesta en escena: Mariela Anastasio. Espacio 44, 44 entre 4 y 5.
“Siemprevirginia” es una obra dura, descarnada, que provoca desasosiego, temor, repulsión por momentos. El espectador no puede permanecer indiferente ni desapegado. Todo es oscuridad, frío, viento, lluvia, dolor, desamparo, muerte.
Difícil contar la historia de Virginia, está muchacha que habla consigo misma y con los fantasmas que la circundan. Que vive y relata. Difícil dilucidar si lo que cuenta realmente sucedió o es fruto de su alucinada fantasía. Si realmente asesinó a las personas que nombra o desearía fervientemente hacerlo. La mueve la venganza, el rencor, el odio, la envidia. También el amor, un amor incestuoso hacia su hermano Martín, de quien desearía esperar un bebé. Ese bebé que nace en un establo (como Jesús), pero del vientre de otra mujer, la intrusa “Anunciación”. Pero la Virgen Virginia no puede amamantarlo, no puede hacerse cargo. Demasiado pesa sobre sus espaldas, demasiado para esta bestia de carga, para esta yegua solitaria.
Inés Sbarra se entrega a la composición de este complejo personaje con alma y vida. Virginia está a un paso de la locura. No entiende bien cómo todo se desmadró, en qué momento las cosas se salieron de su cauce. Igual, ya es demasiado tarde. Lo hecho, hecho está. Siente algo de culpa, pero se justifica todo el tiempo, como si no hubiera tenido opción: un títere justiciero movido por los hilos del destino, inmerso en una trama siniestra y oscura.
Un recurso muy interesante de la puesta de Mariela Anastasio es el uso del video, que incorpora el afuera, el mundo exterior: un mundo tan desolado y frío como esa vieja casona. Cada vez que la actriz sale de escena, vemos a Virginia corriendo desaforada por esos campos, tropezando, cayéndose, embarrándose de pies a cabeza, enterrando vaya a saber qué cadáveres con sus propias manos desnudas.
El ritmo de la pieza es ágil, y mantiene la atención de principio a fin.
“Siemprevirginia”: crónica de una muerte anunciada.