
“Sala de espera”. Libro y dirección: Nicolás Repetto. Intérpretes: Pablo Rago, Diego Cremonesi y Barbi Siom. Escenografía e iluminación: Gabriel Caputo. Vestuario: Gabriela Gerdelics. Sonido y música: Nicolás Posse. Coreografía: B. Siom. Asesora creativa: Florencia Raggi. Fotografía y visuales: Gabriel Rocca. Video: Francisco Furgang. Producción general: Nicolás Repetto y Javier Furgang. Teatro Municipal Coliseo Podestá, La Plata.
Nicolás Repetto, autor y director de “Sala de espera”, aborda un tema tabú si los hay: la muerte. “Adrián” (Pablo Rago) aparece “muerto” en una camilla de hospital. La parca lo sorprendió “redepente”, diría Catita. A pesar de su actual estado, Adrián reflexiona sesudamente sobre este inesperado suceso. Aunque ya sabemos que la única certeza en esta vida es que, tarde o temprano, tenemos fecha de vencimiento. Diríase que la vida nos estafa, porque no elegimos nacer-por un lado- y estamos destinados a expirar, nos guste o no, por otro.
Sin cuarta pared de por medio, Adrián reflexiona junto al público sobre su existencia, y se arrepiente de un par cosas, algunas banales otras más profundas, a saber: haber gastado una fortuna en el reciente implante de una muela, no haber tenido hijos (aunque confiesa que nunca fue fan de criaturas ni de mascotas). Se encuentra en un lugar desconocido, una peculiar “sala de espera”, antes de ser conducido vaya a saber dónde.
El finadito no está solo en este limbo. De pronto se materializa su viejo amigo “Ignacio” (Diego Cremonesi), fallecido hace unos años por un cáncer galopante. Si bien fueron mejores amigos, Adrián e Ignacio son como el día y la noche. Adrián es un tipo simple, llano, extrovertido, charleta; proviene de una familia de bajos recursos, lo cual increcentó su admiración hacia Ignacio, un “nene bien”, a quien nunca le faltó nada. Ignacio es frío, irónico, circunspecto, sarcástico, con un ego importante. Pero como los opuestos se atraen, ambos tuvieron en vida un vínculo fuerte, y se alegran del reencuentro.
Como no hay dos sin tres, hay un tercer personaje que les da la bienvenida: un “minón” infartante (Barbi Siom), una suerte de recepcionista polirrubro, que danza, propone e interactúa con los recién llegados.
El acento de esta comedia está puesto en el texto más que en las acciones. Ambos protagonistas tienen recursos de sobra que sin duda podrían explotarse a fondo en la puesta en escena, subrayando los conflictos más que la palabra. “Sala de espera” es una reflexión existencial del autor sobre el sentido (o sinsentido) de la vida, la amistad, las asignaturas pendientes, lo que dejamos inconcluso, la sensación de haber perdido lastimosamente el tiempo creyendo que era ilimitado, la fugacidad de todo, nuestra intrínseca vulnerabilidad.
Hay una vuelta de tuerca final que obliga a una relectura de la pieza. Tal vez no todo haya sido en vano…