Roberto Pettinato se da el gusto de subirse a un escenario y pensar en voz alta sobre los asuntos que le llaman la atención. Por supuesto, fiel a si mismo, lo hace con ironía, sarcasmo, y una buena dosis de humor negro. No tiene filtro ni auto-censura a la hora de hablar a calzón quitado sobre temas de la vida cotidiana. Llama a las cosas por su nombre, sin tapujos, desvergonzadamente, paladeando sus transgresiones verbales, gestuales y corporales, como un chico que se relame. De hecho, el título de su espectáculo unipersonal lo tomó prestado de su hijo Lorenzo, de apenas 4 años, que suele decir “Me quiero portar bien” después de mandarse alguna travesura.
Pettinato se siente a sus anchas cuando improvisa, cuando interactúa con el público. Va hilvanando un tema con otro, una imagen con otra, un recuerdo con otro, asociando libremente, sin ceñirse a ningún orden en particular (a pesar de algunos papeles que ni mira). Se maneja a puro olfato, tanteando las reacciones de los espectadores, dejándose llevar espontáneamente por lo que va apareciendo, reaccionando a lo que le dicen, anclado en el “aquí y ahora” de la escena.
En ese sentido, lo suyo no es el “stand-up” tradicional ni ortodoxo. Son más bien reflexiones personales, mezcladas con anécdotas que pueden inclusive referirse a lo que le sucedió esa misma tarde, camino al teatro.
Por detrás de su máscara cínica y de su mirada burlona, curiosamente Pettinato conserva cierta candidez, cierta ingenuidad, esa misma ingenuidad que lo lleva a cuestionar cosas que sus congéneres aceptan con resignación, sin chistar, como las cenas navideñas en familia, el uso y abuso de las redes sociales, la obsesión femenina por el botox y las siliconas, la pornografía, entre otros “trending topics”.
No pueden faltar comentarios cáusticos sobre ciertos personajes del mundo de la farándula, del que forma parte. La Pradón, Tinelli, Mirtha, Susana, Facundo Arana, Guido Kaczka, Mariana Fabiani, todos caen en la picota.
El segmento del “Gato de Verdaguer” no agrega gran cosa al show. Sí lo hace, en cambio, su reaparición final, saxo en mano, tocando en vivo, para deleite de la platea.
A Pettinato le sobra rapidez mental, agudeza, gracia e inteligencia para “estandapear” a su manera, como se le canta, sin fórmulas ni recetas, zarpándose a gusto. Siempre políticamente incorrecto, desfachatado, se desliza sobre la delgada línea que hay entre el ingenio y la grosería, la sutileza y la obviedad.
En el fondo y a pesar del título, no creemos que “Petti” quiera portarse bien. Afortunadamente, su espectáculo da claras muestras de eso.