La pregunta que titula esta nota fue formulada por una espectadora, una vez transcurridas tres cuartas partes del unipersonal de Guillermo «Pelado» López en el Teatro Municipal Coliseo Podestá.
Y más allá de la sala casi llena y la algarabía del fervoroso público presente, más de uno, tímidamente y «sotto voce», habrá pensado lo mismo: ¿cuándo arranca el espectáculo propiamente dicho?, sin animarse a verbalizarlo como esa valiente y honesta señora, que no dudó en ir contracorriente y decir lo que sentía, con todas las letras.
Porque el actor amaga, aborda líneas sueltas, interactúa eficazmente con la gente, se congracia por medio de referencias locales, improvisa a la velocidad de la luz, le sobra cintura para sortear lo imprevisto, pero no desarrolla nada de nada. Su unipersonal es un borrador entretenido, por momentos divertido, pero sin sustancia, sin cuerpo, sin un hilo conductor que le dé un mínimo de coherencia. Hasta él mismo por momentos «se pierde» («¿Dónde estábamos? ¿De qué estábamos hablando?»), fiel a un «zapping» mental que picotea aquí y allá, sin saciar plenamente.
«El trabajo que me dio no trabajar» es un salpicón de lo que el Pelado López hace como notero y entrevistador chistoso e irónico en la tele desde hace años. Tiene una estética de «café concert», que tal vez resulte efectiva en un ámbito más reducido, pero que se desluce y diluye en una sala de las dimensiones del Coliseo. Incursiona en el «stand-up», sin profundizar en ningún tema.
A nuestro juicio, comete el error de repetir buenos recursos hasta el hartazgo, con lo cual pierden impacto: pedir aplausos y ovaciones «espontáneas»; las referencias e incursiones del maquinista «mala onda»; las charlas telefónico-edípicas con su mamá; la alusión al precio de las entradas y el trato preferencial a los de $150 («Los de arriba que pagaron 80, jódanse por pijoteros»); los video-separadores (aburridos y de baja calidad) del «Pelado nostálgico»; el interminable video (ídem) de artistas amigos (Arana, Darín, Oreiro, Pais, Di Natale, Badía, etc.), desaconsejándole su incursión en las tablas; las repetidas preguntas al público: «¿Cuánto llevan de relación?», «¿Cómo le decís en la intimidad?». Lo bueno, si breve.
No faltará quien diga: «¡Mirá que vivo, el Pelado! Con tan poco llenó el teatro.» Y sí. Tal para la taquilla alcance con su simpatía, su desparpajo, su espontaneidad, su repentismo, el estar actualmente en la cresta de la ola televisiva («CQC», «Antes que sea tarde»).
Sucede que, con todas esas condiciones y cualidades, más su indiscutible carisma y popularidad, con todo eso a favor, uno -como espectador- sentía el legítimo derecho de esperar más. Un poco más.
«Un choreo», sentenció ofuscado un señor mayor a la salida, respondiendo quizás a la reflexión que el propio actor hace en un determinado momento: «Me da culpa que hayan pagado para verme a mí».
Seguro que el señor había comprado «de las caras».
por Irene Bianchi