“Otelo”, de William Shakespeare. Elenco: Omar Sánchez, Florencia Zubieta, Fabio Prado González, Roberto “Mono” Aceto, María Eugenia Massaro, Nicanor Perón. Vestuario: Analía Seghezza. Diseño de luces: Federico Genoves. Operadora de luces: Agustina Palermo. Dirección: Nicolás Prado. Saverio, 20 y 71. Viernes de junio, 21 hs. Duración: 1.45hs con un intervalo de 15’
William Shakespeare tiene en su haber un sinnúmero de villanos memorables, pero uno de sus personajes más perversos es indudablemente Yago, contrafigura de Otelo, el Moro de Venecia. El motor de Yago no es tanto la ambición desmedida, ésa que empujaba a Macbeth y a Lady Macbeth, sino un odio y una envidia feroces hacia quien debió otorgarle un nombramiento, y – en cambio- eligió a otro soldado en su lugar.
El “Otelo” de Nicolás Prado es muy fiel al texto original, pero su puesta es moderna, demostrando una vez más que la esencia del ser humano, sus luces y sombras, sus miserias y sus virtudes, sus conflictos existenciales –tan bien descriptos por los griegos y por Shakespeare- no están sujetos a un período histórico determinado, sino que son universales y atemporales. Hoy como ayer. Siempre.
La puesta en escena de Prado es muy inteligente. Optó por una concepción minimalista, ascética, austera, en la que nada distrae. Cámara negra, unos pocos bancos, que se irán resignificando a lo largo de la obra, y algunas sillas a ambos costados, donde los actores y actrices aguardan hasta el momento en que les toca entrar en acción.
Su dirección de actores es contundente y precisa. Obliga al espectador a ir armando la trama, a imaginar lo que no se ve; a completar el rompecabezas.
Fabio Prado González, en la piel de ese Yago siniestro y diabólico, está sencillamente extraordinario. El fin justifica los medios para este titiritero maquiavélico y calculador. Además de instigar y digitar a todo su entorno, el actor/personaje oficia de acomodador, de Maestro de Ceremonias, de relator, rompiendo la cuarta pared, en franca complicidad con el público, con el cual hasta se da el lujo de bromear, logrando distender por momentos el clima ominoso en ciernes. Construye un personaje cínico, cruel, un canalla inescrupuloso; y –sin embargo – con sus guiños cómplices, despierta cierta simpatía en los espectadores. Tiene mil caras, mil tonos, al servicio de un perfecto simulador.
Omar Sánchez compone un Otelo con ricos matices, con sutiles claroscuros; un atormentado hombre que pasa de la exultación y el arrobamiento, a la turbación más oscura y auto-destructiva. Trasunta vulnerabilidad detrás de su aparente omnipotencia. Ese es su talón de Aquiles, aquello que lo que lo hace presa fácil de la manipulación del astuto Yago, quien le taladra el cerebro y el alma hasta lograr su cometido. Es tal vez más una víctima de si mismo que de su verdugo.
Prado optó por una concepción minimalista, ascética, austera, en la que nada distrae.
Florencia Zubieta compone una “Desdémona” frágil, etérea, ingenua, luminosa, anonadada ante el súbito cambio de comportamiento de su amado esposo, cambios que deja ver en las transiciones hacia el final. Es otra inocente víctima del “fiel servidor” de Otelo.
María Eugenia Massaro, “Emilia”, es portavoz de un monólogo inaudito para la época, muy feminista, proclamando el derecho de toda mujer de gozar del sexo y de tener amoríos, a la par de sus infieles maridos. Ella es quien devela el plan de su pérfido marido Yago, cuando lamentablemente ya es demasiado tarde.
“Casio” (Nicanor Perón) y “Rodrigo” (Roberto Aceto) completan un elenco homogéneo y compacto, con sendos personajes bien construidos y verosímiles.
“Otelo”: muy recomendable relectura de un clásico inoxidable.