“No tiene un desgarrón” es el título de la obra que vimos en el Teatro Municipal Coliseo Podestá de La Plata, dirigida por Rita Cortese e interpretada por Julieta Cardinali y Vera Spinetta. Se trata de una adaptación de “Heldenplatz (Plaza de los Héroes)” (1988), del novelista, dramaturgo y poeta Thomas Bernhard (1931-1989), llevada a cabo por la directora y Carolina Santos, con producción de Sebastián Blutrach.
Desgarrón, me animo a decir, es lo que produce esta pieza en el espectador. Es uno de esos textos que interpelan inevitablemente al público por su contenido, su mensaje y su intensidad dramática. El leitmotiv de toda la obra del autor austríaco es nada más y nada menos que la condición humana, el sinsentido, la angustia existencial. Los vínculos, la hostilidad, el odio, el fanatismo ciego, la falta de empatía, el impulso de autodestrucción y muerte. Tanto ayer, en la Alemania nazi y en la Austria post-hitleriana, como hoy en cualquier país del mundo. Una constante que se repite una y otra vez, un tropezar siempre con las mismas piedras, una involución planetaria trágica, un aniquilarse unos a otros sin piedad ni miramientos.
Julieta Cardinali y Vera Spinetta interpretan a dos amas de llaves que están desarmando una casa de clase alta en Viena tras el suicidio de Josef Schuster, un profesor judío, su dueño (y amo). La súbita e inesperada muerte de este hombre las deja huérfanas, desamparadas, obligadas a resetear sus vidas. Así como en “El Zoo de Cristal” (Tennessee Williams) el “pater familia” está omnipresente aunque no aparezca, aquí el fantasma del “Profesor” sobrevuela la escena todo el tiempo.
Tanto Cardinali como Spinetta logran una dupla armónica y ajustada. Se entrelazan, se amalgaman, se enfrentan, se fusionan, se repelen; son opuestos complementarios; por momentos, dos en una.
Julieta Cardinali despliega un enorme abanico expresivo. Su voz, sus voces, sus silencios, sus pausas, su lenguaje corporal, su gestualidad: todo tiene una potencia arrolladora. Cuesta sacarle los ojos de encima; un “capo lavoro”. Ese ir y venir, sus movimientos repetitivos, automáticos, mecánicos. Un “staccato” obsesivo, maníaco. Hay aquí una clara referencia a la formación musical del autor, alumno del “Mozarteum” de Salzburgo (1955 a 1957).
La dirección de Rita Cortese es muy precisa, rigurosa y minuciosa; casi un mecanismo de relojería. Nada librado al azar. Las actrices a veces parecen dos piezas de ajedrez, y esa casa desmantelada, el tablero en el que se mueven (o las mueve el destino).
“No tiene un desgarrón” es una obra de texto, dura, feroz, que no hace concesiones de ningún tipo. Una pieza que requiere atención a cada palabra, a cada símbolo, porque nada se dice ni se hace caprichosamente. Es también una revalorización del Arte, en todas sus manifestaciones, como esencial mecanismo de supervivencia. Esta propuesta constituye un desafío tanto para estas dos talentosas actrices, como para el espectador, que agradece el teatro de calidad que promueve la reflexión.
Hermosa y esperanzadora esa final invocación a la música, de boca de Vera, justamente hija del enorme y extrañado poeta Luis Alberto Spinetta. Todo cierra.