“MI QUERIDO PRESIDENTE”: IMPERDIBLE PROPUESTA PORTEÑA
Vayamos por partes. En primerísimo lugar, inconmensurable alegría de tenerlo a Miguel Angel Solá nuevamente en plena calle Corrientes. Los amantes del buen teatro ya sufríamos síndrome de abstinencia tras tantos años de ausencia. Nos lo merecíamos de regreso. En segundo lugar, disfrutarlo como comediante, un plus inesperado y muy bienvenido. No es la primera vez que Solá aborda este género, me consta, pero convengamos que sus admiradores estamos más habituados a verlo en roles dramáticos.
En “Mi querido Presidente”, Solá personifica a un prestigioso (y carísimo) psiquiatra, que es convocado de urgencia para solucionar un “problemita” que padece el recién designado Presidente de la Nación. Circunspecto, irónico, distante, sobrador, el profesional en cuestión- en una sesión express de hora y media- pondrá toda su experiencia y sapiencia al servicio del primer mandatario afectado por un inesperado “tic” nervioso, que lo hace gesticular y hacer todo tipo de muecas mientras ensaya su discurso.
Un público tan psicoanalizado como el porteño, descubre muchos guiños cómplices al toque. Ese silencio incómodo de toda primera sesión, ese no saber qué decir ni cómo arrancar, esa resistencia a abrirse de parte del paciente. El personaje de Solá “goza” sádicamente de esa situación, arrinconándolo y azuzándolo, para lograr su cometido. Sutil, socarrón, cínico, taimado, encuentra la manera de sacarlo de encuadre, de desestabilizarlo. Su interpretación es una clara muestra de la irrefutabilidad de la fórmula: “menos es más”. Su sobriedad y quietud contrasta acertadamente con el desborde físico y emocional de su co-equiper.
¿Qué decir de su partenaire, Maxi De La Cruz? ¡Un comediante de la hostia! ¡Hay que estar a la altura de Solá y no desbalancear la ecuación! Ambos forman una dupla perfecta, aceitada, con una química sorprendente, un contrapunto logradísimo. El actor uruguayo hace un despliegue vocal, gestual y corporal como para no sacarle los ojos de encima. Su deliberado histrionismo contrasta con la parquedad y sobriedad de su interlocutor. Un “capo lavoro” de ambos, un “tour de forcé” magistral. Dos actorazos que parecen haber trabajado juntos desde siempre.
“Mi querido Presidente”, de los autores franceses Mathieu Delaporte y Alexandre de la Patelliere, no es una comedia liviana ni intrascendente, puesto que más allá de las carcajadas que genera, toca temas profundos, existenciales. El psiquiatra, buceando en la historia de su paciente, irá desentrañando carencias, traumas, viejas heridas, que inevitablemente se reflotan en este punto de inflexión de su vida. Su nula autoestima parece ser la raíz de ese molesto síntoma.
La dirección de Max Otranto es un mecanismo de relojería. El díálogo fluye, matizado con oportunas acciones, manteniendo el ritmo de la puesta que no decae en ningún momento. El público (que colmó la capacidad del bello Teatro Apolo), ríe, aplaude y hace silencio cuando el momento lo amerita.
Hermosa la señorial escenografía de Alberto Negrín, realzada por el sugestivo diseño de luces de Carolina Rabenstein, operadas por Miguel Cuartas. Impecable el sonido operado por Hernán del Zar. Un plus: programa de mano impreso, poco frecuente en los tiempos que corren. ¡Bravo por la esmerada producción –RGB Entertainment- que no escatimó en gastos. Prensa: Vanessa Baffaro.
“Mi Querido Presidente” es una imperdible propuesta de la cartelera porteña. De jueves a domingo en Teatro Apolo, Avda Corrientes 1372, CABA.