“Todavía me emocionan ciertas voces; todavía creo en mirar a los ojos; todavía tengo en mente cambiar algo; todavía y a Dios gracias todavía”, cantaba un inoxidable Juan Carlos Baglietto, con Lito Vitale al piano, mientras el público que colmaba la capacidad del Teatro Metro oficiaba de espontáneo y enfervorizado coro.
Porque la apertura de un teatro, sea donde fuere,
es una buena noticia, la mejor noticia. Tanto para los artistas como para los espectadores. En estos tiempos desacralizados, desangelados, abrir un espacio de arte es sanador, una suerte de imprescindible antídoto contra la mediocridad rampante.
Palabras más, palabas menos, eso dijo el empresario Carlos Rottemberg, que gentilmente ofició de orador de la inauguración, recordando sus años mozos cuando solía venir a nuestra ciudad en el Roca al cine Masters, en los albores de su hoy consolidada tarea profesional. Y si hay alguien que es sinónimo de “teatro” es Rottemberg, generoso y solidario, siempre apostando a este quehacer azaroso y tan necesario.
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Se respiraba alegría en el Metro, alegría y emoción compartida. Una conmovida Graciela Davidenko presentó a los protagonistas de esta aventura artística. “Llegamos”, dijeron Carlos Mancinelli y Gerardo Tempesta, haciendo alusión a la esforzada puesta en valor de esta sala- administrada ahora por la empresa privada “Four Event SRL”- que funciona en la antigua sede de la AMIA (4 entre 51 y 53), de la que se han conservado las butacas originales, con capacidad para 700 personas, y se ha equipado con tecnología de punta en cuanto a iluminación y sonido. Audaz este equipo que se puso al hombro la titánica y quijotesca tarea de refacción, que incluye camarines y baños nuevos, una cafetería, y una marquesina que promete iluminar la cuadra “a giorno”.
No está demás recordar que frente a la AMIA se habían construido muros de contención anti-terrorismo, ominosos muros que ahora se han demolido, lo cual es todo un símbolo. Conmovedor símbolo de fuerza vital, de un renacer auspicioso.
Y entonces la música irrumpió e hizo vibrar la sala. Primero fue el tenor Pablo Skrt, con un clásico de María Elena Walsh: “El Viejo Varieté”. Nada más apropiado para esa noche: “Enciéndanse, las nuevas luces del Metro varieté …”. Luego el propio Mancinelli, guitarra en mano. Para dar paso al plato fuerte: el emblemático dúo Baglietto-Vitale, acompañado por jóvenes y talentosos músicos, deleitando al público con un repertorio variado y ecléctico: rock, folklore, tango: delicioso popurrí.
No todo está perdido si se siguen abriendo teatros, en lugar de convertirlos (y degradarlos) en playas de estacionamiento o “supermercados chinos”, al decir de Baglietto. Es un síntoma saludable que se siga apostando al arte, a la cultura, contra viento y mares. Alimento para el alma en tiempos de hambruna espiritual planetaria.