Soy hija y nieta de inmigrantes italianos. Mamé desde chiquita la cultura del esfuerzo, del sacrificio, del trabajo. Mi madre, nacida en Iesi, Ancona (1913), desembarcó en Argentina con 6 años, y fue una de las primeras mujeres graduadas de la Universidad Nacional de La Plata como Doctora en Química, con honores. Mis hermanos y yo fuimos a escuelas y universidades públicas. Debimos estudiar para pasar de grado o de año. Nadie nos regaló nada. La palabra “mérito” no tenía mala prensa, como ahora. Si había que repetir el año, llevarse un par de previas, o volver a dar un final, se hacía y punto. Eso no traumaba a nadie. Aprendimos a tolerar la frustración.
Más allá de los alarmantes índices de pobreza e indigencia que hoy padecemos los argentinos, más allá de la descomunal inflación que deja el kirchnerismo, me entristece la degradación cultural, la descomposición del tejido social, la pérdida de valores, el facilismo, la mendicidad organizada de esta gestión, la anárquica sensación del “vale todo”, la descalificación del esfuerzo, del tesón. Se ha perdido la satisfacción de ganar algo en buena ley, no como una dádiva, como una limosna del Papá Estado, sino como la justa recompensa al trabajo realizado. Y recuperar todo eso será más difícil que poner la economía a flote.
Diario Clarín, carta destacada, 17/5/2023