“Marathon”, de Ricardo Monti. Elenco: Pablo Mancilla, Félix Aloé, Juan Aguilera, Ana Laura Mercader, Julián Panceta, Lilen Cheruse, Ernesto Meza, Ana María Haramboure, Cristian Fernández, Marisol Tur, Hugo Cordal, Yolanda García, Alejandro Santucci, Jimena Angelini. Maquillaje y peinados: Florencia Cangoiti. Diseño y realización de vestuario: Magali Salvatore. Diseño escenográfico: Catalina Oliva. Realización escenográfica: El Dinamo Teatral. Diseño sonoro: Claudio Rodrigo. Diseño de Iluminación: Liliana Cáceres. Fotos: Pablo Bruzzone. Diseño gráfico: Daniel Lorenzo. Dirección: Claudio Rodrigo. Sala 420, calle 42 entre 6 y 7, domingos de noviembre 20 hs.
Ricardo Monti (Bs.As. 1944) estrenó su primera obra, “Una noche con el Señor Magnus y sus hijos”, en 1970. Le siguió “Historia tendenciosa de la clase media argentina” (1971). Luego realizó versiones cinematográficas de “Saverio el cruel” e “Informe para ciegos” (1973-74). Otras piezas: “Visita” (1977), “La cortina de abalorios” (1981), “Una pasión sudamericana” (1989).
“Marathon” data de 1980. La acción tiene lugar en los años ’30. Se trata de un concurso de tango y milonga con asistencia de público, en el que los participantes bailan, luchan, compiten y mueren, en pos de un premio que desconocen, impulsados por una esperanza absolutamente irracional. La situación planteada pone sobre el tapete los temas existenciales que acucian al ser humano desde siempre: el sentido de la vida, la identidad, las relaciones interpersonales, el amor, los sueños, la injusticia, la traición, el destino, la muerte. Las escenas mezclan realidad y alucinación, rozando el absurdo en todo momento.
Cabe recordar que hubo una película, dirigida por el norteamericano Sydney Pollack en 1969 (“They shoot horses, don’t they?”, aquí “Baile de ilusiones”), que se valía de la misma excusa argumental para plantear estos temas trascendentales.
En la puesta de “Marathon” de Claudio Rodrigo, cuando los espectadores ingresan a la sala, en rigor lo están haciendo a ese salón de baile en el que las parejas finalistas llevan ya varios días en perpetuo movimiento. No se sabe bien cuánto tiempo. Desde siempre, tal vez, y para siempre. En realidad, están encerrados en una dimensión en la que espacio y tiempo ya no cuentan.
La pista se asemeja a un corral, y los bailarines parecen ganado en pie, azuzados cruelmente por el sádico guardaespaldas del animador.
Cuando Monti estrenó “Marathon” en 1980, programas televisivos como “Gran Hermano” o “realities” de similares características, no estaban aún en boga. Hoy, el espectador de la pieza seguramente la asociará con esos siniestros experimentos, en los que se estimula a los participantes a cometer cualquier iniquidad con tal de ganar.
El clima que logra Rodrigo es abrumador y asfixiante. La violencia física y verbal va “in crescendo”; la tragedia está siempre latente, agazapada. Uno teme no poder salir y verse obligado a permanecer ahí, hasta el último aliento, como seguramente lo harán los exhaustos bailarines.
Por momentos el ritmo se vuelve excesivamente moroso y la pieza se alarga innecesariamente, aunque no descartamos que ésta tal vez sea la intención del director, para subrayar el encierro, el tedio y la sinrazón.
El nutrido elenco se entrega en cuerpo y alma a la faena, encarnando criaturas patéticas; individuos fracasados, frustrados, perdedores, descastados, huérfanos de toda orfandad. Todos los trabajos son medulares y convincentes.
“Marathon”: descarnada metáfora de la vida misma.