Somos tan ambivalentes, tan contradictorios. Por un lado, todos los días religiosamente a las 21 salimos a nuestros balcones, ventanas o patios a aplaudir fervorosamente a los trabajadores de la salud. Ellos están poniendo el cuerpo y jugándose literalmente la vida, cuidándonos, combatiendo a este minúsculo y devastador virus. Por el otro, algunos vecinos de médicos y enfermeros, colocan carteles en sus edificios, pidiéndoles que se abstengan de transitar por los espacios comunes, para no “contagiar” al resto.
¿Qué pasaría si uno de esos indignados copropietarios cayera enfermo, fuera al hospital más cercano y fuera atendido por alguno de esos médicos o enfermeros discriminados, ninguneados y humillados por él mismo ayer nomás?
No me cabe ninguna duda de que recibiría la atención adecuada, a pesar de su mezquindad irracional e inconcebible. Porque ese trabajador o trabajadora de la salud demostraría ser más gente que el vil y egoísta paciente. Luces y sombras del alma humana.