“Los viajes de Gulliver: una aventura musical”. Elenco: Gerardo Ventrice, Ayelén Rubio, Omar Luzi, Alex Manceda, Leandro Dumón, Sebastián Robledo y Matías Luna Romay. Música original y arreglos: Tato Finocchi. Escenografía y vestuario: Magali Armas. Libro, coreografías, diseño de luces, puesta en escena y dirección general: Gastón Marioni. Teatro Argentino, Sala Astor Piazzolla.
La obra que le aseguró la fama literaria al escritor irlandés Jonathan Swift (Dublín, 1667-1745), fue indudablemente su novela “Los Viajes de Gulliver” (1726). El autor se preguntaba cuáles eran los motivos que generalmente conducían a un país a guerrear contra otro, y él mismo se respondía: “La ambición de príncipes que nunca creen tener bastantes tierras y gentes sobre las cuales mandar; la corrupción de ministros que comprometen a su señor en una guerra para ahogar o desviar el clamor de los súbditos contra su mala administración.” Y concluía: “No ha habido guerras tan sangrientas y furiosas, ni que se prolongaran tanto tiempo, como las ocasionadas por simples diferencias de opinión.”
No fue su intención escribir un libro de aventuras para niños, sino más bien una feroz sátira sobre los abusos y costumbres de la sociedad inglesa de su época, ridiculizando sus instituciones, y también reflexionando sobre la perversidad y crueldad de que es capaz el ser humano. Sin embargo, más allá de la indisimulable y deliberada crítica subyacente, los primeros lectores no captaron el significado oculto de los distintos episodios, y se sintieron atraídos y cautivados por las extraordinarias y fantásticas peripecias de su protagonista, quien, dicho sea de paso, podía expresar de manera abierta todo lo que un ciudadano inglés no se hubiera animado a denunciar.
Swift relata los cuatro viajes sucesivos del Capitán de barco y cirujano Lemuel Gulliver a Lilliput, un país de hombres diminutos; a Brobdingnang, un país de gigantes; a una isla voladora, y finalmente a Houyhnhnms, un país gobernado por caballos.
En la versión musical de Gastón Marioni, Gulliver cae en un pesado sueño, en el que revive situaciones que cree haber atravesado durante un naufragio. Necesita recordar lo vivido para volcarlo en su libro de viajes y compartirlo con quien quiera leerlo.
Este espectáculo no parece estar concebido para niños muy pequeños, salvo la visita al país de los liliputienses, escena muy ingeniosamente resuelta con muñecos manejados por los actores. El resto requiere una capacidad de abstracción, decodificación e interpretación, que se condice más con el nivel de maduración de un chico de 7 u 8 años en adelante.
Los actores-bailarines son sumamente dúctiles, y se multiplican en variados roles, haciendo gala de precisión y versatilidad. El vestuario y la escenografía son funcionales y atractivos para concebir ambientaciones y personajes tan diversos y cambiantes.
La música y los efectos de sonido acompañan el devenir de la acción, subrayando los climas contrastantes que propone el relato.
Si bien la puesta de luces es sumamente sofisticada, hay apagones y escenas en penumbras demasiado prolongadas, que desconectan la atención del espectador.
Marioni, a diferencia de aquellos primeros lectores de la novela de Swift, subraya el contenido ético de la obra, su carácter de denuncia, como para que padres e hijos, a la salida, dialoguen sobre ciertas cuestiones (intolerancia, discriminación, abuso de poder, corrupción) que-hoy como ayer- afectan la vida en sociedad.