“Los vecinos de arriba” es una inteligente comedia del catalán Cesc Gay, adaptada y dirigida por Javier Daulte. El domingo pasado el Teatro Metro de La Plata recibió a sus protagonistas a sala llena, un milagrito en los tiempos que corren. Ellos son: Muriel Santa Ana, Diego Peretti, Julieta Vallina y Rafael Ferro. Los dos primeros componen una pareja cuyo matrimonio está visiblemente desgastado y deserotizado. Vallina y Ferro, en cambio, vecinos del mismo edificio, son puro fuego, tienen una vida sexual activa, creativa y super abierta. De hecho, traen una propuesta “de alto riesgo”.
La acción tiene lugar en el departamento de “Ana” y “Julio” (Santa Ana-Peretti), quienes invitan a sus fogosos vecinos de arriba, “Laura” y “Salva”, a comer una picada. Los anfitriones están en las antípodas de la desprejuiciada pareja. Su vida sexual es nula, y la rutina ha erosionado la relación y opacado el vínculo. Siguen juntos por inercia, o tal vez porque tienen una hija y no se animan a patear el tablero e intentar ser felices por separado.
La irrupción de Ana y Salva detonará conflictos latentes, broncas no explicitadas. Eso sumado al alcohol que afloja los frenos inhibitorios y da paso a “sincericidios” varios.
La comedia es hilarante y profunda a la vez. El público se ríe a carcajadas, pero es muy probable que más de una pareja deespectadores se replantee qué tipo de relación tiene y sostiene. Ana además es psicóloga, e improvisa una sesión terapéutica muy movilizante, que obligará a los dueños de casa a mirarse por primera vez a los ojos después de mucho tiempo de hacerse los distraídos y mirar para otro lado.
Los cuatro protagonistas están estupendos, cada uno imprimiéndole a su personaje su sello característico. Se nota que la obra está super aceitada y fluye sin escollos. La dirección de Javier Daulte le imprime un ritmo sostenido a la acción, matizándola con oportunas pausas y silencios, preñados de significado. Muy acertado el final abierto. Que cada espectador decida cómo seguirá la historia.
“Los vecinos de arriba”: el humor no tiene por qué ser pasatista. Muy por el contrario, es una formidable herramienta para hablar de cosas serias, sin ponerse solemnes ni predicar falsas moralinas.