“Livin la viuda loca”, con Florencia de la V, Emilio Disi, Toti Ciliberto, Dallys Ferreira, Gabriel Almiron, Gabriela Mandato, Santiago Almeida, Betina Capetillo y Agustina Attias. Vestuario: Georgina Luongo. Escenografía: Cecilia Vázquez. Puesta en escena y dirección de actores: Emilio Disi. Libro, dirección general y producción: Florencia de la V. Teatro Municipal Coliseo Podestá.
¿Por dónde empezar? Tal vez por la voz en off que pide al público, mientras la sala se va oscureciendo, “no sacar fotos con flash, pues distraerían a los actores”. El espectador entonces se prepara para ver una comedia de enredos que funcione como una pieza de relojería, con diálogos picaditos y réplicas precisas, ritmo vertiginoso, personajes que entran y salen, abrir y cerrar de puertas, malentendidos, identidades cambiadas, mentiras que intentan tapar otras mentiras, y demás recursos típicos del vodevil. Siendo así, claro, las luces de los flashes podrían atentar contra la concentración de los actores, que deben estar pendientes del texto y de los “pies” de sus compañeros.
Pero éste no es –ni remotamente- el caso de “Livin la viuda loca”, porque los actores aquí se distraen solos, por cuenta propia, sin la ayuda de ningún flash indiscreto. Se olvidan, o simulan olvidarse la letra, hacen chistes internos, se tientan, le piden al ocasional compañero que “estire” su parlamento, para aprovechar el contacto físico con alguien, dejan colgado su personaje para frentear y hablar de la Alfano, Belén Francese, la Vanucci, la Tota Santillán, Adriana Aguirre y su ex, Nino Dolce, Gran Hermano (Santiago Almeida es un resabio de ese reality), y demás “celebrities”.
Todo esto sumado al diálogo con la platea (aquí la cuarta pared no se rompe, se demuele), a quienes se les pide- entre otras cosas- que aplauda distintos tipos de traseros, desde los más estéticos y agradables a la vista, como el de Dallys Ferreira o el de la guardavidas de bikini y taco alto, Agustina Attias, hasta el generoso trasero con zunga de Gabriel Almirón (quien también –obedeciendo a la directora general- le regala al público un par de muletillas de “Pacotillo”, “distrayéndose” por unos instantes del abogado de familia que encarna en la pieza).
Al comienzo de la obra, la mega estrella del espectáculo (libro, dirección general y producción), Florencia de la V, irrumpe en escena como una diva, y de entrada nos recuerda: “¡Ojo, acá los chistes se aplauden, eh!”, en un tono autoritario y mandón, tono que sufrirá imperceptibles variaciones durante el transcurso de la obra, alternándose con algún que otro falsete. Además de ser monocorde, la dicción de la actriz dista de ser clara (se come las eses), lo cual –sumado a la velocidad con la que habla- torna algunos parlamentos ininteligibles. Vale aclarar que ese detalle, no impide que se siga el hilo de la trama, ya que si éste se enreda, no es por la complejidad del texto (que no la tiene), sino por las incongruencias e incoherencias de la acción.
El humor no es precisamente de trazo fino: “¡Cómo chupa esta aspiradora. Ah, claro. Es marca Wanda”; “Aquí hay gato encerrado” “No, están en los camarines”; “Vos más que Flor sos Flor de p…!” “Ah! Me conocés del Chaco” (¿autorreferencial?; “Soy la productora. Si digo 15, son 15. Si no, vayan con Fort, a ver cuánto duran.”
Como si esto fuera poco, Dallys Ferreira grita en guaraní casi todo el tiempo, chillidos amplificados por su micrófono inalámbrico. Innecesaria tortura.
Emilio Disi, avezado comediante, tiene en su haber trabajos mucho más logrados e interesantes que éste, en cine, teatro y televisión, aquí y en el exterior.
Nobleza obliga: la inmensa mayoría del público que colmó la capacidad del Coliseo Podestá, disfrutó ruidosamente del espectáculo. Vox populi, ¿vox Dei?