A “David” (Mariano Fernández), le toca la ingrata tarea de desarmar el Estudio de su padre “Rafael”, que acaba de fallecer. Muebles, objetos, cajas llenas de papeles y carpetas, un inesperado e indeseado reencuentro con una figura paterna siempre distante, fría, reservada, cuya indiferencia dejó cicatrices en el corazón de David, quien nunca se sintió querido.
Entre tantos papeles, aparecen unas cartas de amor, dirigidas a su padre, de puño y letra de un tal “Juan” (Miguel Jordán). El contenido de esas misivas tan apasionadas sorprende a David, quien decide provocar un encuentro con Juan para obtener más información sobre esa relación clandestina, y sobre todo, más información sobre su enigmático padre.
Y en el transcurrir de ese encuentro, no siempre amable ni armonioso, el espectador va descubriendo la índole de “romance” que Juan y Rafael mantuvieron durante 30 años. Preferimos no revelar esa peculiaridad aquí, ya que se trata de una inesperada e interesante vuelta de tuerca de “Las heridas del viento”, del español Juan Carlos Rubio, un giro que devela una situación impensada, inaudita, difícil de digerir.
No sorprende que Miguel Jordán haya ganado un Premio Estrella de Mar como mejor actor protagónico por su rol en “Las heridas del viento”. Su labor es sutil, verosímil, intensa. Su Juan es un tierno, un loco de amor, un desaforado, un hombre consumido por una pasión irracional (como casi todas las pasiones), que se inventa un mundo irreal, de fantasía, para seguir vivo. Su composición es rica en matices, va del humor al dramatismo en contados segundos. “Es una pena no ser niño toda la vida”, se lamenta en determinado momento. Lo cierto es que Juan (y Miguel) lo son. Niños de 70 años que conservan intacta su capacidad de jugar, imaginar y amar. Bello trabajo el de este actor, que ha trajinado escenarios durante 6 décadas.
En las antípodas está David, taciturno, amargado, descreído, desconfiado, inseguro, vulnerable. Afortunadamente para él, Juan le aportará un dato –aparentemente insignificante – que cambiará radicalmente la opinión que siempre tuvo sobre su padre. Un rayito de luz. Un gesto que dice mucho. Una interpretación contenida, repleta de subtextos, que aporta un logrado contrapunto.
Gastón Marioni, desde la dirección y puesta en escena, alterna los climas de esta comedia dramática, provocando risa, emoción y silencio, zarandeando así la sensibilidad del espectador. “Las heridas del viento” es fundamentalmente una obra de texto, donde casi todo está puesto en la palabra. Palabras bien dichas, sentidas, que no se vuelan con el viento, ese viento gélido que hiere al pobre Juan, sentado solo, en un banco de plaza.
“Las heridas del viento” se ofrece todos los viernes de marzo, a las 21.30, en la renovada sala de Teatro Estudio, calle 3 entre 39 y 40.