“La última sesión de Freud”, de Mark St. Germain, basada en “The Question of God” de Armand M. Nicholi, Jr. Adaptación y dirección: Daniel Veronese. Elenco: Luis Machin, Javier Lorenzo. Diseño de escenografía: Diego Sillano. Diseño de vestuario: Laura Singh. Asistentes de vestuario: Daniela Dearti, Paula Cigara. Sonidista: Esteban Bolasell. Diseño de iluminación: Marcelo Cuervo. Asistente de dirección: Adriana Roffi.  Fotografía: Nacho Lunadei. Diseño gráfico: Diego Heras. Prensa: SMW. Comunicación en redes: Bushi Contenidos. Producción ejecutiva: Mani Aguere, Luciano Greco.  Producción general: Sebastián Blutrach. Teatro Municipal Coliseo Podestá.

En esta reseña, me autorizo a “plagiarme” a mí misma, reproduciendo gran parte de mi crítica de “La última sesión de Freud”, publicada en marzo de 2013 en el diario El Día de La Plata, cuando esta interesantísima y siempre vigente obra recaló también en el Teatro Municipal Coliseo Podestá, con el inmenso Jorge Suárez en el rol del Dr. Freud, y Luis Machín como J. C. Lewis.

Contexto histórico: el día en que Inglaterra entra en la Segunda Guerra Mundial, Freud recibe en su casa de Londres a un joven profesor de Oxford, C.S. Lewis. El padre del psicoanálisis había huido de los nazis años antes, debiendo abandonar su Austria natal. Sufre de un cáncer de paladar que le provoca dolores insoportables, y ya tiene decidido ponerle fin a semejante sufrimiento, con ayuda de su médico personal. No es casual, entonces, que sintiendo la muerte tan cerca, Freud necesite imperiosamente tener esta charla con un hombre tan lúcido como Lewis, que curiosamente pasó de ateo a creyente. Más allá de la esgrima dialéctica y la competencia intelectual, ¿no buscará Freud –inconscientemente- cierta esperanza de que exista algo más allá de su cercano y elegido final? Por debajo de su autosuficiencia, sarcasmo y arrogancia, ¿no querrá que Lewis logre finalmente convencerlo de la existencia de Dios?

Esta apasionante pieza de Mark St. Germain es una obra de texto, en la que todo está puesto en la palabra, el diálogo, el intercambio de ideas. Algunos recursos como las sirenas, el rugir de los motores de los aviones de guerra, las palabras del Primer Ministro Chamberlain por radio, el teléfono que suena, el ladrido del perro del dueño de casa, remiten al mundo exterior e interrumpen la acalorada discusión de los “contrincantes”.

El peso de “La última sesión de Freud” está indudablemente puesto en la actuación. Al igual que en aquella versión de 2013, Luis Machín y Javier Lorenzo salen más que airosos de semejante desafío. Literalmente, no tienen respiro durante la hora y media que dura el espectáculo. Medulares, convincentes, creíbles, sus interpretaciones son soberbias. Cada personaje defiende su postura con uñas y dientes, sin dejar por ello de escuchar al otro, aun a costa de sus propias convicciones. Tras el chisporroteo académico, cada uno irá desnudando su alma, muy a su pesar, dejando al descubierto sus áreas más vulnerables. En un momento dado, hasta los roles se intercambian, pasando a ser el mismísimo Freud “psicoanalizado” por Lewis.

Ambos trabajos son sobresalientes. El Freud de Luis Machín  es una composición memorable. Su voz, su mirada, su cuerpo, su andar cansino, sus tonos, el temblequeo de sus manos, las crisis espasmódicas que sufre, sus toses,  su intensidad, lo vuelven hipnótico. Un “capo lavoro” al que nos tiene ya acostumbrados. Al mismo nivel de entrega, verosimilitud y talento la interpretación de Javier Lorenzo, en este jugoso e inquietante duelo de titanes.

La dirección de Veronese alterna los climas con sutileza e inteligencia, distendiendo la atmósfera densa –casi claustrofóbica- con acertadas y bien dosificadas pinceladas de humor que dan pequeños respiros. Su adaptación del texto: otro acierto.

“La última sesión de Freud”: el ser humano y su angustia existencial, ante la absoluta falta de certezas y el enorme misterio de la muerte.