“La sombra de Wenceslao”, de Raúl Damonte Botana “Copi”. Elenco: Lorenzo Quinteros, Luis Longhi, Ernesto Zuazo, Andrea Jaet, Mario Alarcón, Mosquito Sancineto, Anita Gutiérrez, Alejo Bertín Cardozo, Alfredo Zenobl. Asistencia de dirección: Marcelo Méndez. Asistencia de dirección en gira: Matías López Stordeur. Diseño sonoro: Daniel Ibarrart. Coreografía: Carolina Pujal. Iluminación: Leandra Rodríguez. Vestuario: Daniela Taiana, Escenografía: Marcelo Valiente. Dirección: Villanueva Cosse. Sala Armando Discépolo.
Raúl Damonte Botana, más conocido bajo el seudónimo “Copi”, nació en Bs.As. 1938, y murió de sida en París en 1987. Escritor, dramaturgo, dibujante, historietista, demostró su talento para las caricaturas en la revista satírica “Tía Vicenta”. Su padre, el periodista Raúl Damonte Taborda, diputado y director del diario Tribuna Popular, fue perseguido por Perón, y debió exiliarse con su familia en distintos países.
Este forzado desarraigo marca la obra de Copi, obra teñida de una mirada irónica, burlona, iconoclasta, irreverente, estilo que lo convirtió en autor de culto, innovador en cuanto a su técnica y su temática; diferente, original, innovador.
Escribió novelas, cuentos y obras de teatro, montadas por otros argentinos radicados en Europa: Víctor García, Jorge Lavelli y Alfredo Arias. (La Mujer sentada, Una visita inoportuna, La noche de Madame Luciente, Evita, entre otras). La exquisita actriz Marilú Marini ha protagonizado algunas de sus piezas más conocidas.
Copi hace gala de un humor negro, ácido, mordaz, siniestro, socarrón, deliberadamente críptico, y apunta a los vínculos familiares, desacralizándolos, y jugando sin tapujos con temas como el incesto, las relaciones tortuosas entre padres e hijos, el infanticidio, el parricidio. Juega también con estilos autóctonos como el sainete, el grotesco, lo gauchesco, imprimiéndoles un sello personal, reinventándolos a su manera, sin prejuicios de ninguna naturaleza.
En “La sombra de Wenceslao”, estrenada en el Festival de La Rochelle en 1978 (“Lómbre de Venceslao”), un gaucho bastante sui-generis, huye con su amante, desde su rancho en Entre Ríos a las Cataratas del Iguazú, como escapándole (o buscando) a la Parca. Hay hijos reconocidos y naturales; una muchacha trepadora capaz de cualquier ignominia con tal de llegar a “triunfar” en la gran ciudad; muertes misteriosas, un viejo enamorado a quien nada lo detiene; un joven enamorado que se deja pisotear; un loro parlanchín que acota cual coro griego. Como telón de fondo: la persistente lluvia que anega, el barro que empantana, el sexo cuasi animal, la ambición que deslumbra, la muerte que acecha.
En la puesta de Villanueva Cosse que desembarcó en la Sala Armando Discépolo, se destacan algunos trabajos actorales (el “Rogelio” de Luis Longhi, el Caballo de Ernesto Zuazo, el Loro de Mosquito Sancineto). Tal vez por su extensión, su falta de síntesis, la reiteración de algunos recursos, o lo intrincado de la secuencia de las historias paralelas, la sensación final es de tedio y hastío. Salvo algunas pinceladas de humor, la acción dramática, como la carreta de Wenceslao, también se empantana y no fluye ni suscita interés. Un acierto el diseño sonoro de Daniel Ibarrart. En cuanto a la escenografía, seguramente se lució más en el escenario del Teatro Nacional Cervantes, donde se estrenó.
“La sombra de Wenceslao”: una propuesta algo pretenciosa, de bajo impacto.