El espectáculo de Hernán Casciari comienza con una mentira reiterada un par de veces. Primero, la dice una voz en off, y luego el propio protagonista (cuentero nato) ni bien entra a escena. “No esperen ver aquí a un actor …” Nada más alejado de la verdad. En “La señora que me parió”, Casciari se recibe como actor hecho y derecho, a pesar de no haber concluido el secundario  (según él mismo confiesa). Durante una hora y media, él, su mamá Chichita Carabajal y su primo músico Juan Carabajal, entretienen, emocionan, divierten, en una propuesta original, diferente.

Casciari pasa revista a su infancia y adolescencia mercedina, y lo hace de manera tal que los espectadores logramos ver su casa, el comedor, su dormitorio, el escritorio de su papá, las calles de su barrio, sus vecinos, la plaza. También imaginamos con lujo de detalles los rostros de su padre, de su mejor amigo, de las amigas de Chichita. Y ahí radica su habilidad como escritor, como narrador; el sortilegio de convertir las palabras en imágenes nítidas y precisas.

Quienes estén familiarizados con sus cuentos, reconocerán fragmentos de algunos de ellos, que se van hilvanado orgánicamente: “El cajón secreto”, “La tarántula”, “Canelones”, “El abuelo facho”, “Una madre extrovertida”, y tantos otros. A propósito de este último, Chichita, la mamá de Hernán, oficia de partenaire, le hace la segunda al protagonista acotando oportunas réplicas. Es muy querible (a pesar de la mala fama que le hace su hijo), y destila gracia y espontaneidad.

Como todo queda en familia, su primo acompaña al teclado, creando climas apropiados para cada momento.

El subtítulo de la obra es “Lamentablemente basada en hechos reales”. Será por eso que la pieza destila cruda verdad, honestidad brutal, suavizada con toques de ironía y sarcasmo, pero verosímil hasta la médula. Es como si el autor hiciera catarsis de todo lo vivido, exorcizando los momentos malos y rescatando los felices.

Es muy probable que el público se identifique con ciertos pasajes de “La señora que me parió”, reconociéndose en esos juegos de infancia, el vínculo con los padres, el despegue de la casa paterna, las dificultades con las que nos topamos al crecer. Lo cierto es que se agradece el humor, la picardía, el ingenio, la inagotable energía de Hernán Casciari, que cautivó a la platea del Coliseo Podestá de La Plata. Chapeau!