“La Nona”, de Roberto “Tito” Cossa. Elenco: Alejandra Bignasco, Mabel Campos, Héctor Cesana, Eduardo Forese, Martín Kasem, Emilio Rupérez y Florencia Zubieta. Escenografía: Quique Cáceres. Asistencia escenográfica: María Victoria Weber. Vestuario: Claudio Boccia. Asistencia de vestuario: Magdalena Pérez Salas. Diseño de luces y musicalización: Luis Viola. Diseño gráfico: Ricardo Baldoni y Martín Pirrone. Asistencia de dirección: Nicolás Prado. Dirección: Norberto Barruti. Sala Armando Discépolo, calle 12 entre 62 y 63.
Roberto “Tito” Cossa, nacido en Buenos Aires en 1934, es uno de los dramaturgos argentinos más prolíficos y vigentes. “Nuestro fin de semana”, “Los días de Julián Bisbal”, “Gris de ausencia”, “La ñata contra el libro”, “No hay que llorar”, “Ya nadie recuerda a Federico Chopin”, “El viejo criado”, “Tute cabrero”,”El avión negro”, “Los compadritos”, “Yepeto” son algunas de sus obras más conocidas, representadas una y otra vez por elencos independientes y comerciales.
En su “Breve Historia del Teatro Argentino”, el historiador Luis Ordaz escribe: “En 1977, Roberto Cossa asombró con una pieza que va a señalar uno de los aportes al neogrotesco porteño. Se trata de “La nona”, una gran metáfora que reproduce a través de un grupo familiar la situación de un país que, por medio de sus gobernantes, va a fagocitar a sus hijos.”
En “La Nona”, Cossa utiliza el humor negro y recursos del absurdo para referirse a temas tan dramáticos como la ruina económica de una familia, la descomposición moral de sus integrantes, y –como un tiro por elevación- la inacción y patológica pasividad de un pueblo sometido, que se muestra incapaz de modificar la realidad que lo oprime y lo agobia.
Imposible no reírse de esa abuela centenaria insaciable, que devora cuanto se le cruza; de ese nieto vago, con ínfulas de artista; de esa solterona resignada; de esa jovencita que siempre “está de turno”. Cómo no “festejar” cada vano intento de deshacerse de la incombustible anciana, que se las ingenia para sobrevivir a todo y a todos.
Sin embargo, toda esa comicidad deliberada y efectiva, apenas maquilla la insondable tragedia que late por detrás, por debajo, a un nivel profundo, insoslayable.
Norberto Barruti logra en su puesta en escena, plasmar esa dicotomía, esa dualidad, esa yuxtaposición de planos, ese tránsito por una línea demarcatoria muy sutil y riesgosa. La platea se divierte a sus anchas, sin dejar de percibir lo otro, la oscuridad, la decadencia, la voracidad sin límites, la muerte.
El director cuenta con un elenco sin fisuras, todas piezas claves de un aceitado mecanismo. Destacamos la labor de Héctor Cesana, en la ajada piel de esa “Nona” que se desplaza como una rata y come como tal; y el “Chicho” de Martín Kasem, ideólogo de este plan macabro, impulsado por su alergia al trabajo.
La escenografía de Quique Cáceres, que se va modificando con el correr de la acción, enmarca y espeja acertadamente el derrumbe familiar. El vestuario de Claudio Boccia contribuye a la caracterización de los personajes. La iluminación y musicalización de Luis Viola, refuerzan y subrayan los climas cambiantes de la pieza.
“La Nona”: una propuesta local imperdible, que provoca tanto carcajadas como reflexión.