“La Cabra, o ¿quién es Sylvia?”, de Edgard Albee, en versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Elenco: Julio Chávez, Viviana Saccone, Vando Villamil y Santiago García Rosa. Música: Diego Vainer. Escenografía: Jorge Ferrari. Iluminación: Matías Sendon. Directora asistente: Camila Mansilla. Producción: Nacho Laviaguerre y Adrián Suar. Dirección: Julio Chávez. Teatro Municipal Coliseo Podestá.
Las obras del dramaturgo norteamericano Edward Albee (1928), enmarcadas en la corriente del teatro del absurdo (Ionesco, Beckett, Genet), giran siempre en torno a la soledad, la incomunicación, el aislamiento, la desesperación, la crisis existencial del hombre contemporáneo. Algunos de sus títulos más conocidos: “¿Quién le teme a Virginia Wolf” (1962), “La historia del zoo” (1959), “El sueño americanos” (1961), “Delicado equilibrio” (1966), “Tres mujeres altas” (1991), “El arenero”(1959).
Invariablemente, sus personajes son seres comunes, de carne y hueso, inmersos en situaciones cotidianas y ordinarias, a quienes de pronto les sucede algo extraordinario, como un rayo que los atraviesa y hace tambalear la seguridad y comodidad de sus aburguesadas vidas.
En “La cabra”, “Charlie” (Chávez), prestigioso arquitecto cincuentón, felizmente casado con “Julia” (Saccone), con quien tienen un hijo, “Willy” (García Rosa), para decirlo sin vueltas, se enamora perdidamente de una cabra, a quien bautiza “Sylvia”. Se lo confiesa a “Axel” (Villamil), amigo de la pareja, quien a su vez, preocupado por la salud mental de Charlie, se lo comunica a Julia, a través de una carta. Este es el principio del fin.
Refiriéndose a “La cabra”, el propio Albee expresó: «Por fin he escrito algo que me va a expulsar del teatro americano. La obra habla de los límites de la tolerancia: de lo que nos permitimos hacer o pensar nosotros mismos. Es una obra que al principio parece una cosa pero que va abriendo un abismo a medida que profundizamos en ella. Y creo que conmocionará y molestará a cierto tipo de gente… Con suerte habrá gente que se levantará de su butaca, amenazará con los puños y lanzará cosas al escenario durante la representación. Eso espero».
Y así es. Al igual que Axel, el espectador también se ríe ante semejante excentricidad. El planteo de Charlie es disparatado, incomprensible, inaceptable. ¿Cómo puede alguien enamorarse de un animal? Y aclaremos que la relación de Charlie con Sylvia no parece meramente platónica, sino carnal. ¿Qué le pasa a ese hombre en su cabeza y en su alma? ¿Y cómo repercute esa situación en su entorno? ¿Cómo modifica la mirada de los otros? ¿Qué catastróficas consecuencias traerá aparejada?
Lo curioso y perturbador, es que –si bien el público ríe durante más de una hora- el sustrato que se percibe es absolutamente trágico. Esta es indudablemente una tragedia disfrazada de comedia.
Las interpretaciones de Chávez, Saccone y Villamil son impecables. Correcto el joven Santiago García Rosa, en la piel del hijo que se debate con respecto a su identidad sexual, dato para nada menor. El protagonista asumió además la titánica tarea de dirigir, y logra una puesta que no permite ni un segundo de distracción, por lo dinámica y potente.
Julio Chávez es uno de esos contados actores que torna totalmente creíbles a sus personajes, confiriéndoles humanidad y verosimilitud. Otro capo lavoro, y van…
La sutil puesta de luces de Matías Sendon, subraya los climas contrastantes de la pieza.
“La cabra”: un tsunami del que nadie sale ileso.