“He visto a Dios, (misterio moderno)”, de Francisco Defilippis Novoa. Elenco: Omar Fanucchi, Luis Rende, Javier Guereña, Alejandra Bignasco, Diego Aroza, Martín Kasem, Oscar Ferreira, Emilio Rupérez, Carolina Painceira. Vestuario: Claudio Boccia. Escenografía: Quique Cáceres. Iluminación y musicalización: Luis Viola. Asistentes de Dirección: Nelly Otero y Nicolás Prado. Dirección. Norberto Barruti. Sala Armando Discépolo, calle 12 entre 62 y 63. Sábados 21 hs.
Francisco Defilippis Novoa nació en Paraná, Entre Ríos, en 1890, y murió en 1930, pocos meses después de estrenar “He visto a Dios”, protagonizada por el legendario Luis Arata.
Otras piezas suyas: “El día sábado”, “La casa de los viejos”, “El diputado de mi pueblo”, “La madrecita”, “La samaritana”, “Los caminos del mundo”, “El alma de un hombre honrado”, “María la tonta”.
“He visto a Dios”, “misterio moderno” en tres cuadros, se inserta dentro de las características del “grotesco criollo”: una comedia de costumbres, desarrollada en un ámbito humilde, donde el personaje principal se expresa mediante un recio trazado tragicómico.
“Carmelo Salandra” (Fanucchi), inmigrante italiano, tiene un taller de relojería y venta de alhajas, aunque lo que más le rinde es su condición de reducidor. Tiene un ayudante, “Victorio” (Rende), que junta centavo sobre centavo para traer a su familia de Italia, sueño casi imposible teniendo en cuenta lo miserable, usurero y explotador que es su patrón. Carmelo es viudo y tiene un hijo, “Chicho” (Kasem), la luz de sus ojos, a quien le aguardaría una fortuna, si no fuese porque el juego y la mala junta le aceleran una trágica y previsible partida.
Aprovechándose del estado de locura en el que cae Carmelo, quien se siente responsable de la muerte de Chicho, su ayudante se disfraza de Dios, y le imparte precisas instrucciones sobre el destino del dinero, para que expíe sus culpas. La farsa se desbarata cuando un “Vendedor de Biblias” (Aroza), inquilino de Carmelo, enciende la luz, en más de un sentido.
Norberto Barruti genera un variado abanico de climas que mantienen la tensión dramática de principio a fin, matizando con algunos oportunos toques de humor. Su dirección de actores es minuciosa y precisa. Nadie desentona. Cada personaje es una indispensable pieza del delicado mecanismo de relojería –valga la redundancia- de la pieza, caracterizaciones enriquecidas por el vestuario de Claudio Boccia.
Párrafo aparte merece el soberbio trabajo de Omar Fanucchi. Su Carmelo es visceral, verosímil hasta la médula. El actor va mutando frente a la atenta mirada del espectador: al comienzo, su personaje se muestra egoísta, antipático, despreciable; luego, bajo el efecto del alcohol, se descubre un costado tierno, melancólico, vulnerable; la irreparable pérdida del hijo lo sume en un delirio místico, en una crisis existencial, hasta que la verdad rebelada lo hace libre, por primera vez en su vida. Un personaje a su medida; un “capo lavoro”.
A su lado, se luce Luis Rende, otro personaje que también va mutando. Actuación rica en matices, contenida, y que aporta un recreo de risa y distensión.
La impactante escenografía de Quique Cáceres ambienta la acción a la perfección.
La ajustada puesta de luces y la sugestiva musicalización de Luis Viola, subrayan los climas de una obra cuyo mensaje no ha perdido un ápice de vigencia.
“He visto a Dios”: nunca es tarde para dar con la verdadera morada del Señor.