Seamos sensatos y realistas. El hecho de que -de una vez por todas- se legalice el aborto en la Argentina no implica necesariamente que todas las mujeres decidan abortar (así como la promulgación de la ley de divorcio no llevó a su proliferación). El aborto, legal o no, es siempre una experiencia desagradable y a menudo traumática. Pero la realidad actual, con miles de abortos clandestinos por año, realizados en lugares inapropiados y por personas no idóneas, produce incontables muertes. No neguemos los hechos. Y lo más injusto es que las mujeres (o sus padres) con mayor poder adquisitivo no corren tantos riegos como las mujeres de escasos recursos, que no tienen acceso a profesionales capacitados. Por otra parte, si bien existe una ley de educación sexual, lo cierto es que no se aplica, y la información que se les imparte a nuestros chicos en las escuelas, es mínima e incompleta. El embarazo no deseado no es el único tema, sino las graves enfermedades de trasmisión sexual. En pleno siglo XXI, las carencias en este sentido son injustificables e imperdonables. Y es nuestro deber como adultos responsables hacernos cargo, y dejar de barrer, en este tema, la mugre debajo de la alfombra.