Una tira impecable que muchos vamos a extrañar. La tira del año, sin lugar a dudas. Un producto que cosechó un éxito más que merecido, la respuesta masiva de una audiencia fiel, casi fanática, que siguió paso a paso esta historia entrañable.
Puestos a analizar las razones, hay de sobra. En una programación televisiva que tiende a priorizar los chismes baratos y fabricar y promover escándalos mediáticos, o a espantar con noticias truculentas, “Graduados” parecía una mosca en la leche, un remanso, un saludable recreo. Ahí se habló básicamente de la amistad, de los lazos que se gestan en la infancia y adolescencia, y perduran a través del tiempo. Esos vínculos irrompibles, profundos, que no se desvanecen con el correr de los años, aun cuando ya no nos frecuentemos. También se habló de “la famiglia unita”, especie en franca extinción. De las relaciones fraternas, de esos hermanos que discuten y se pelean, sin dejar de quererse. De los amores posibles e imposibles. De los sueños cumplidos y de los sueños rotos. De las asignaturas pendientes. De las sorpresas que nos da la vida, obligándonos a salirnos del libreto. De aprender a fluir con los acontecimientos, sin renunciar a las propias convicciones.
El libro también hizo hincapié en un tema urticante, espinoso y lamentablemente muy actual: el “bullying” o acoso escolar, la discriminación al “diferente”, el maltrato psicológico, los prejuicios.
En una era de “amores líquidos”, de relaciones pasajeras, fugaces y superficiales, “Graduados” subrayó sin pontificar la relevancia de los sentimientos básicos, primarios, esenciales, esos que todos compartimos. De ahí la empatía, identificación y complicidad que logró despertar en los telespectadores.
La tira sedujo por igual a grandes y a chicos, lo cual se reflejó cabalmente en la heterogeneidad del público que colmó la capacidad del Gran Rex, para compartir el último capítulo. Comedia blanca, costumbrista, sin golpes bajos, fresca, con algunos toquecitos absurdos para hacerla más eficaz.
Los autores, Ernesto Korovsky, Silvina Frejdkes y Alejandro Quesada, escribieron diálogos creíbles, cotidianos, que sonaban improvisados en boca de los personajes. Dosificaron bien las historias y sub- historias, creando suspenso y generando interés. En ese sentido, aplaudimos que no la hayan “achiclado”, haciéndola durar más de la cuenta.
¿Qué decir del elenco? Nadie desentonó, ni siquiera los personajes secundarios. Por el contrario, hubo papeles “chiquitos” que fueron creciendo y ganando protagonismo, como “Clarita” (Mercedes Scapola), “Dany” (Andy Kusnetzoff), “el Chino” (Chan Kim Sing), “Luna” (Jenny Williams). Ni hablar de los “veteranos” Mirta Busnelli, Roberto Carnaghi y Juan Leyrado: un trío de lujo. Daniel Hendler compuso un ser querible, tierno, una suerte de eterno Peter Pan. Su “Andy” es honesto, fiel, de buena madera, amigo de sus amigos, incorruptible, un tipo que lucha denodadamente para no ser absorbido por el “Establishment”. Excelente trabajo.
Otra revelación fue Paola Barrientos (“Vicky”), actriz dúctil, graciosa, versátil, dueña de una espontaneidad y un desparpajo inusuales. El “Tuca” de Mex Urtizberea, desopilante, al igual que el “Augusto” de Marco Antoni Caponi. Julieta Ortega se lució con su “Vero”, una joven presa de su propia libertad. Violeta Urtizberea y una “Gaby” de colección. Antológico el “Guille” de Juan Gil Navarro. El joven Gastón Soffritti (“Martín”) tiene un muy promisorio futuro.
Isabel Macedo salió más que airosa del desafío de componer a “Jime” y a “Patricia”, dos piezas claves de la historia; desdoblamiento riesgoso y complejo, que requirió una enorme entrega emocional.
Personaje difícil también el de Luciano Cáceres (“Pablo”), víctima y victimario, que despertó antipatía y a la vez conmiseración.
Nancy Dupláa, capitana de este “dream team”, dio vida a “Loli”, una mujer que se redescubre y reinventa a los 40, independizándose por fin de los mandatos, y animándose a pegar el gran salto y seguir la voz del corazón.
Chapeau para Sebastián Ortega y Pablo Culell (Underground), capitanes de este transatlántico de lujo que llegó a buen puerto, tras una muy entretenida travesía.