Por alguna extraña razón, al menos por estas latitudes, el humor, y en particular la imitación, siguen siendo géneros casi exclusivamente masculinos. La inefable y multifacética Niní Marshall no parece haber hecho escuela. En el Teatro Municipal Coliseo Podestá hemos disfrutado espectáculos de imitadores de la talla de Martín Bossi o Ariel Tarico, a quienes Fátima Florez no tiene absolutamente nada que envidiar.
No es verdad que sea única, como reza el título de su show, sino que se multiplica en más de una veintena de personajes, nacionales e internacionales, a cual más logrado: Lady Gaga, Madonna, Justin Bieber, Liza Minelli, Thalia, Shakira, Patricia Sosa, Nacha Guevara, Soledad Pastorutti, Catherine Fulop, Gaby Sabatini, Moria Casán, Silvia Süller, Susana Giménez, Natalia Fassi, Charlotte Champagne Caniggia, Ileana Calabró, Coki Ramírez, China Zorrilla, Lita de Lázzari, Belén Francese, Viviana Canosa, Rafaela Carrá. Y el plato fuerte de la noche, que la catapultó a la popularidad el año pasado desde el programa de Lanata, su Cristina Fernández de Kirchner. Un hallazgo.
El talento de esta “remadora en dulce de leche”, como ella se define, no se limita a imitar, sino que la versátil artista canta en vivo y danza como los dioses, acompañada por un excelente cuerpo de baile, cuyos integrantes y coreógrafo lamentablemente no podemos nombrar, porque no hubo programas de mano.
Cabe resaltar los numerosos cambios de vestuario, y la escenografía virtual (mapping), que ambienta los diferentes cuadros.
Hay algunos factores, todos ellos subsanables con un criterio de dirección más ajustado, que atentan contra el ritmo del espectáculo y entorpecen su fluir. Los nexos a cargo del “Presentador” (simpático él) podrían optimizarse con un libro más gracioso e inteligente. Por otra parte, la interacción de Fátima con la platea, particularmente desde su desbordante y desopilante Moria, si bien logran una fácil y rápida empatía con el público y demuestran su capacidad para improvisar, alargan innecesariamente el show.
Es indudable que Fátima Florez se preparó y capacitó durante años a conciencia, para ocupar el lugar que hoy se ganó en buena ley. Lo importante, creemos, es que esté enmarcada y contenida en una estructura acorde a su estatura artística, que no desmerezca su extraordinaria y “única” labor.