Como espectadora, me pareció una muy desafortunada la decisión de no permitirles a los artistas que recibieron los Premios Estrella de Mar 2019 la posibilidad de expresarse y agradecer a quienes quisieran hacerlo. La así llamada “ceremonia” no tuvo nada de ceremonioso. Fue paupérrima, aburrida, berreta. Seguramente por un requisito de su televisación en diferido por la TV Pública, se le imprimió una velocidad pasmosa, confundiendo rapidez con ritmo. Es verdad que a menudo los premiados se explayan desmedidamente en sus agradecimientos o comentarios, pero eso se puede evitar solicitándoles brevedad, o subiendo el volumen de la música, como se hace en cualquier evento similar (hasta en los Oscars) como no muy sutil pero eficaz recurso para que abandonen el escenario. Fue decididamente irrespetuosa y carente de tacto la modalidad adoptada, lindando con la censura. E inútil, ya que muchos de quienes recibieron el premio igual agradecieron a voz en cuello, obligándonos a los televidentes a leerles los labios y a los presentes a forzar los oídos. Eso sí, los conductores, únicos privilegiados portadores de micrófonos, “perdían” el tiempo con comentarios banales como. “¡Ay! ¡Qué nervios! ¿Quién se lo llevará? ¡Qué terna tan reñida, ¿no?” Sólo Raúl Lavie, merecidísimo gran ganador de la noche, pudo compartir su emoción micrófono en mano. Los demás, se quedaron con las ganas. Y nosotros, los espectadores, también. Un lunes para el olvido.