por Irene Bianchi
“El Principio de Arquímedes”, de Joseph Miró, adaptado por Jesús Pece. Elenco: Beatriz Spelzini, Esteban Meloni, Martín Slipak, Nelson Rueda. Vestuario: Julieta Risso. Adaptación y Rediseño Escenográfico: Lili Díaz. Escenografía: Enric Planas. Iluminación: Soledad Ianni. Asistente de Iluminación: Carolina Rabenstein. Música: Rony Keselman. Asistente de Dirección: Mariana Pérez Cigoj. Dirección: Corina Fiorillo. Teatro Apolo, Avda. Corrientes 1372.
Esta obra del catalán Josep María Miró es inteligente, sutil, muy perturbadora. Un texto con final abierto que deja al espectador perplejo, angustiado, tironeado por dentro. Provoca incomodidad, genera dudas, incertidumbre, y deliberadamente el autor elige no da respuestas. Cada cual sacará sus propias conclusiones.
“Ana” (Beatriz Spelzini) administra un natatorio en el que trabajan “Rubén” (Esteban Meloni) y “Héctor” (Martín Slipak), como instructores de niños y adolescentes. “David” (Nelson Rueda), padre de uno de los niños, se apersona en el lugar en representación de todos los padres, para formular una queja con respecto a ciertas actitudes de Rubén, que tiene a cargo el grupo de los más pequeños.
Y ahí entramos en un terreno muy delicado. Los gestos tal vez excesivamente afectuosos de Rubén para con los niñitos, ¿son cuestionables? Sus abrazos y mimos despiertan sospechas y ponen a los adultos en estado de alerta. ¿Quién es Rubén? ¿Qué clase de vida personal tiene? ¿Por qué no está en pareja? ¿Qué se sabe acerca de su sexualidad? De pronto, el personaje se ve sentado en el banquillo de los acusados, acorralado, arrinconado, muerto de miedo, intentando defenderse de una acusación con escaso fundamento, pero con una contundencia insoslayable.
Más que hablar de conflictos individuales, el principal mérito del provocativo texto de Miró es poner en el centro de la escena a la mirada de los otros. Todos nos erigimos en jueces de Rubén, con escasas pruebas en la mano. Todos lo juzgamos a la ligera, empujados por prejuicios y preconceptos que tiñen indefectiblemente nuestra subjetividad. Todos, como los preocupados padres de esos niños, le apuntamos con el dedo acusador, casi por inercia, sin sopesar nada. No soportamos la duda. Necesitamos cerrar el caso, aunque cometamos un irreparable acto de injusticia.
Los cuatro trabajos actorales son impecables. Creíbles, medulares, destilan verdad. Destacamos la exquisita interpretación de Beatriz Spelzini, sus tonos, sus mínimos gestos, su emoción contenida. Un “capo lavoro”. A su lado, Esteban Meloni sale más que airoso de un desafío descomunal. Su “Rubén” camina sobre la cuerda floja. Por momentos repele y en otros genera profunda empatía y piedad. ¿Víctima o victimario? ¿Chivo expiatorio de una sociedad presa del miedo, o pedófilo en potencia?
Martín Slipak le otorga a sus palabras y acciones una naturalidad y espontaneidad tales, que pareciera que improvisa, anclado con frescura en el “aquí y ahora” de la escena. Correcto Nelson Rueda en el rol del atribulado padre, aunque algunos de sus parlamentos son escasamente audibles.
La vedette de “El Principio de Arquímedes” es la puesta en escena de Corina Fiorillo. La directora juega con los planos temporales y espaciales, va y viene, zarandea la inclaudicable atención del espectador, cambia el punto de vista constantemente, obligándonos a ver y volver a ver las escenas desde diferentes ángulos, proponiéndonos ensamblar las piezas de este complicado rompecabezas. Excelente dirección de actores.
La escenografía, la iluminación y la banda sonora, juegan roles protagónicos.
“El Principio de Arquímedes”: imperdible propuesta teatral, a prueba de indiferentes.