por Irene Bianchi
“El Fruto”, de Patricia Suárez. Elenco: Julieta Mora, Leticia Ramos, Florencia Zubieta, Karina Yalungo. Diseño de vestuario: Analía Seghezza. Realización de vestuario: María Giovanna. Diseño de maquillaje y peinado: Flor Gangoiti. Edición de sonido: Vacho Gamboa García. Audiovisuales: Brazo Amado Cine. Diseño de programa: Laura Magliaro. Asistente de dirección y musicalización: Viviana García. Dirección general: Rafael Garzanitti. Espacio 44, Avda. 44 Nº496, entre 4 y 5.
Este melodrama de Patricia Suárez se sitúa en un pueblo de provincia en los años ’40. Las protagonistas son cuatro mujeres: “Petrona” (Ramos), la dueña de casa, mujer autoritaria, modista de profesión, y comadrona a pedido. Su hija “Rita” (Zubieta), jovencita soñadora e ingenua, sojuzgada bajo el yugo de su madre. “Felisa” (Yalungo), hermana y también víctima de Petrona, “rara avis” en ese ambiente pacato y pueblerino. Y “Bertina” (Mora), atractiva jovencita que sueña con huir y triunfar como actriz en la gran ciudad.
Son cuatro mujeres frustradas, confinadas, opacadas, dolientes, que seguramente habrían querido tener otras vidas, otros destinos. Han amado y aman, pero esos amores no han sido plenamente retribuidos. Todo gira en torno al hombre, el gran protagonista ausente en esta historia de celos, traiciones, engaños, simulaciones, mentiras y resignación.
Y “el fruto” al que hace referencia el título de la obra, es un fruto no querido. No es “el bendito fruto de tu vientre”, sino el maldito fruto que le impide a Bertina convertirse en una estrella y escapar de esa vida chata, gris y polvorienta. Un fruto no buscado, no deseado, que le impide levantar vuelo.
Petrona es el símbolo de esas mujeres de campo aguerridas, curtidas, versátiles, que le hacían frente a las tareas más arduas sin mosquear. Su lenguaje coloquial la enmarca en una época. Tiene algo del despotismo de “Bernarda Alba” esta mujer dura, mandona, que decide los destinos de las otras y manipula su entorno a su antojo, aun cuando ella también sea una víctima de mandatos ancestrales.
Las actrices construyen personajes creíbles, medulares, ricos en matices y transiciones. Las cuatro se lucen por igual. Tanto el vestuario, como el maquillaje y los peinados, constituyen valiosos aportes que enriquecen la caracterización. La musicalización, con milongas de la época, suma e ilustra. También la ambientación y los elementos que manipulan. No es casual que el vestido de novia en el maniquí presida la escena. Tal vez lo use Bertina en su “mariage forcé”. ¿Es acaso el que Rita habría querido ponerse si “el yugoslavo” hubiera correspondido a su amor? ¿O el que las hermanas habrían compartido (como compartieron tantas cosas que no conviene develar aquí)?
La puesta de Garzanitti es precisa. La escena del frustrado aborto es de muy fuerte impacto visual. Su marcación actoral da como resultado cuatro desempeños nítidos y contrastantes.
“El fruto”: cuatro almas en pena.