En principio, antes de desarrollar mi mirada sobre “El Brote”, siento el impulso de decir simplemente: ¡GRACIAS!, corriendo el riesgo –lo sé- de caer en una cursilería. El porqué de este sincero agradecimiento se debe al tremendo impacto que esta obra me causó. Se suele decir que el espectador debe salir modificado, enriquecido tras ver una buena pieza teatral, una de ésas que no aspira tan sólo al entretenimiento sino que bucea más profundo, que cala hondo. Me animo a decir que quienes colmaron la capacidad de la hermosa sala de Teatro Municipal Coliseo Podestá de La Plata (ahora dirigido por el platense Alejo García Pintos) el viernes 17 de mayo, salieron tan conmovidos y movilizados como quien improvisa estas líneas.
En principio, para quienes están vinculados desde algún lugar a la actividad teatral (actrices, actores, dramaturgos, directores, vestuaristas, escenógrafos, iluminadores, etc), “El Brote” es una verdadera MASTER CLASS, un guiño a la “gente de teatro”. “Beto” el personaje magistralmente interpretado por Roberto Peloni, rompiendo la cuarta pared, explica a la platea el significado de la jerga específica: “patas” del escenario, dar el pie, morcillear, “cue” (efectos lumínicos), etc. “Beto” forma parte de un elenco estatal de repertorio, que recorre el conurbano y el país entero, montando clásicos por doquier, como los viejos comediantes de la legua en sus destartalados carromatos. A pesar de su capacidad, experiencia, profesionalismo, disciplina y riguroso entrenamiento, a Beto siempre le asignan roles pequeños, insignificantes, meramente “utilitarios”. Eso es injusto y arbitrario, puesto que él está siempre listo y hasta preparado para reemplazar a cualquier otro integrante de la compañía. Beto comparte con el público su enojo, su mirada hiper crítica con respecto a la mediocridad de sus compañeros, su frustración, su angustia existencial. Y nos hace partícipes de su odisea, de sus denodados esfuerzos por ser valorizado, visto, reconocido, tenido en cuenta. Nos identificamos con él desde el vamos; vivimos en carne propia su sufrimiento, su indignación, su impotencia. Y hasta adivinamos el inevitable y previsible desenlace de tanta bronca contenida.
Roberto Peloni tiene un abanico de recursos inmenso. Se entrega a su personaje literalmente en cuerpo y alma, sin retaceos, destilando verdad por todos los poros. Su voz (más bien, voces), su lenguaje corporal, sus gestos, sus matices, el sutil manejo de los silencios, las pausas, las transiciones, resultan hipnóticos. Una interpretación absolutamente magnética, atrapante, maratónica. Peloni se desdobla en un sinfín de personajes a la velocidad de la luz. Entra y sale a gusto de cada uno de ellos, como quien se pone y saca una máscara o una prenda de vestir. Hay credibilidad en todo lo que dice y hace; una descarnada y visceral verdad. Lo suyo es un “tour de forcé”, un “capo lavoro” merecedor de todo elogio. Si Roberto Peloni es el “Beto de “El Brote”, merece de ahora en más todos los protagónicos del teatro universal.
¿Qué decir de la dramaturgia, la dirección y la puesta en escena de Emiliano Dionisi? Otro derroche de creatividad en el más amplio sentido de la palabra. Ascética, minimalista, con una ajustada y muy precisa puesta de luces, que crea climas contrastantes. Una muestra más del talento de este joven y prolífico director. No nos sorprende en absoluto. Seguimos de cerca desde hace años la obra de este “hombre orquesta”, de este demiurgo de las tablas, que siempre saca de la galera algo absolutamente original, distinto, único, sorprendente. En este caso en particular, se percibe que Dionisi le rinde merecido homenaje al teatro, al oficio del actor, al escenario, esa usina imprescindible, tan necesaria como el aire que respiramos. Beto define al escenario como “su lugar en el mundo”. También lo es para Emiliano Dionisi y su “Compañía Criolla”, por suerte para nosotros, el público, los que disfrutamos del teatro y lo consumimos como un nutriente esencial que nos alimenta el espíritu. Hoy más que nunca.
Por todo esto, y por tantas otras emociones que las palabras no alcanzan a expresar: GRACIAS por “El Brote”.