Por IRENE BIANCHI
Manuel Puig (1932-1990) fue un destacado escritor argentino, cuyos títulos más recordados son «La traición de Rita Hayworth», su primera novela; «Boquitas pintadas», llevada al cine por Leopoldo Torre Nilsson; «The Buenos Aires Affair» (1973), novela prohibida por el gobierno, por la cual recibió una amenaza de la «Triple A», que lo llevó a refugiarse en México, donde escribió y publicó «El beso de la mujer araña» (1976), con una versión teatralizada por él mismo en 1983. Luego vendrían «Pubis angelical», «Maldición eterna a quien lea estas páginas», «Sangre de amor correspondido», «Cae la noche tropical».
Héctor Babenco dirigió una película basada en esta novela (1985), protagonizada por William Hurt, Raúl Juliá y Sonia Braga, mientras que John Kender, Fred Ebb y Terence Mc Nally realizaron una muy taquillera comedia musical en Broadway y Londres, cuyo director, Harold Prince, la montara luego en Buenos Aires (1995), con Valeria Lynch, Juan Darthés y Aníbal Silveyra en los roles principales.
En «El beso…» dos prisioneros comparten una celda durante la dictadura en Argentina. Uno, Valentín (Martín Urbaneja), pertenece a una organización guerrillera; el otro, Molina (Humberto Tortonese), es un homosexual, acusado de corrupción de menores. Ambos se relacionan a partir del relato por entregas -a modo de folletín- que Molina hace de «La mujer pantera», película de Jacques Tourneur. En el filme, «Irina», la protagonista, se convierte en felino ante cualquier atisbo sexual.
Rubén Szuchmacher es el responsable de esta puesta austera y despojada, centrada exclusivamente en el texto y la interpretación de ambos actores. Nada distrae; el clima es opresivo y ominoso; todo hace prever un desenlace trágico. A pesar de lo cual, se va gestando un vínculo entrañable entre estos personajes tan disímiles: del interés y la especulación, derivados del instinto de supervivencia, la relación va mutando al compañerismo, la camaradería, la amistad y hasta el amor, que los une más que el espanto.
No hay concesiones fáciles ni golpes de efecto. Es un descarnado retrato de una época, marcada por los prejuicios, la persecución ideológica, el autoritarismo, la tortura, la violencia psicológica, la oscuridad. Oscuridad apenas mitigada por la tenue luz con que Valentín y Molina entibian esa fría celda en la que el destino los cruzó.
Buenos trabajos y una obra que seguramente escandalizó en su momento. Tanta agua ha corrido bajo los puentes desde entonces, que ese impacto no resulta tan contundente hoy. De todos modos, es una excelente oportunidad para acercarse a un autor de culto como Puig.
Un par de comentarios al margen: a la hora en que el espectáculo debió comenzar, aún no se había dado sala, con el agravante que llovía torrencialmente. Otro: no se repartieron programas de mano a los empapados espectadores.