«La Esposa» es ese tipo de película que sabés que va a ganar por goleada a quien quiera hacerle una mala critica. Su plantel de jugadores son lo mejor del universo y cada rubro es cubierto por lo mejor en su área. La escribió Jane Anderson («If The Walls Could Talk 2»), la dirigió un sueco DIVO y en las actuaciones está Glenn Close a la cabeza. ¿Qué puede salir mal? POR SUERTE, ¡NADA!
Un escritor se entera que va a ganar el premio Nobel de literatura y viaja junto a su devota mujer y su inestable hijo a Estocolmo a recibir el galardón. Esta simple premisa dispara un mar de represión, dolor, ego, soberbia e indignados en la platea, pues la peli está tan bien construida que no va a pasar desapercibida en la sensibilidad de aquellos que decidan verla.
Este matrimonio esconde un secreto, un fraude que envenenó los cimientos de su relación y también de su familia (sobre todo de su hijo, quien admira un falso dios, un falso profeta). Este secreto explota, pero de a poco. El film se toma su tiempo para que el personaje de Glenn Close EXPLOTE COMO TODOS QUISIMOS QUE EXPLOTE EN UN PRIMER MOMENTO. Cada primer plano de la ENORME actriz es un canto al talento porque con mínimos gestos, la Glenn expresa todo. Es una delicia verla en este rol consumido, políticamente correcto pero a punto de estallar.
Ella dice «No me tomen por víctima, no quiero eso», y a medida que pasa la historia uno trata de salirse de ese lugar común, el de la victimización, para verla también como una cagona; una miedosa que se comprende por el contexto histórico en donde fue una adolescente talentosa y sentía que no tenía ni voz ni voto (no lo sentía, era así), y por eso esta película es más feminista que el lenguaje inclusivo, porque muestra sin juzgar, o más bien juzga, pero no sin antes juzgarse a si misma y a su heroína.
Como dijimos antes, técnicamente «La Esposa» es un manjar y esta excelentemente dirigida por el sueco Björn Runge que con primeros planos o pequeñas secuencias hace de este relato, uno intenso y lleno de verdad.
A la DIVA Close la acompaña con mucho talento Jonathan Pryce como el esposo soberbio (sin tener con qué), psicópata y desagradable, que tiene escenas brillantes junto a ella cuando se pelean y junto a su hijo (el actor Max Irons), ya que la construcción de las relaciones entre los tres están PIPÍ CUCÚ (como dice mi abuela cuando la pasta está riquísima). Todo lo que tienen para decir lo dicen con realismo; no por nada todo el mundo salió a decir que esta historia es real cuando NO LO ES. Es una cinta INTELIGENTE y con mucha SENSIBILIDAD.
Véanla para entender lo que es sostener una pareja a cualquier costo, que jamás hay que desdibujarse por un otro por más amor que sientas que tenga (si te hace desdibujar no es amor, mia mor), para amarse a uno mismo, para creer en uno pese a que el contexto histórico te diga lo contrario (la peli narra en tiempo presente y tiene flashbacks del pasado), para hablar de igualdad y para disfrutar de una obra de arte BIEN HECHA.
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