Una semana signada por la tragedia. Dieciseis muertos en 48 horas. Por ahora. Aún quedan heridos gravísimos, luchando por su vida. De esos 16, 11 chicos. Criaturas de entre 7 y 15 años. Familias destrozadas. Desolación, indignación, bronca, desconsuelo.
Imposible no detenerse a pensar: “¿Qué estamos haciendo mal?” Todo.
Analizando objetivamente, éstas no son catástrofes naturales. No son terremotos, tsunamis ni la erupción de un volcán dormido. Son accidentes evitables, fruto de la imprudencia, que se ha convertido en una pandemia nacional. Los argentinos nos comportamos como si la vida no valiera nada. Jugamos a la ruleta rusa todo el tiempo, arriesgándonos y –lo que es peor- arriesgando la integridad física de los demás.
Dále que va. Crucemos con la barrera baja; el tren está detenido en la estación. Comámonos la luz roja del semáforo; total, no viene nadie. Viajemos en combi trucha, que es más rápido. ¿La velocidad máxima? Metéle pata nomás, si por acá no hay cámaras ni radares. ¿El casco? ¿Para qué? Me da calor y me aplasta el pelo. Llevémoslo de protector de codo. ¿Tres o cuatro en una moto, con los chicos prensados en el medio? Todo bien. ¿Cinturón de seguridad? Me aprieta la panza. Y los del asiento de atrás brillan por su ausencia. ¿Usar el “manos libre” en el auto? Un garrón. No pasa nada si escribo un mensajito de texto o contesto una llamada. ¿Tomé una copita de más? No es para tanto; todavía estoy lúcido para manejar. ¿Un boliche bailable con capacidad para 1.000 y dejan entrar 3.000? Genial. Y si se los hace saltar en el VIP, tanto mejor. ¡Aguanten las fiestas de egresados!
Choferes cansados, rutas en pésimo estado, mala señalización, pasos a nivel sin barreras. Desidia, irresponsabilidad, negligencia. Individual y colectiva. Cóctel letal.
¿Y los controles? ¿Y las inspecciones? ¿Y el Estado? Ausente con aviso.
En pleno centro porteño, se derrumba un edificio habitado, porque al lado se estaba realizando una flor de excavación: mudanza express. Un avión de Sol aterriza de emergencia en Rosario por “desperfectos técnicos”, pero eso sí, los pasajeros elogian la pericia del piloto y aprovechan a conocer una hermosa ciudad, una vez pasado el julepe.
Analizando este panorama, es un verdadero milagro que quedemos algunos vivos en este país.
¿Será que Dios es argentino?