“Viejo Caryl Chessman, viejo Caryl Chessman, respira otra vez/ Ya llegó la hora, lubrica tus branquias, respira otra vez”. Parte de la letra de “Un tal Brigitte Bardot”, canción homenaje de Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota a un personaje muy controvertido, sobre el que se inspira “El asesino de la luz roja”, en Dynamo Teatro, 68 y 17, La Plata.

Investiguemos quién era Caryl Chessman. En resumidas cuentas, un ladronzuelo de poca monta que terminó en “el Pabellón de la Muerte” de la prisión de San Quintín, California, ejecutado en la cámara de gas, el 2 de mayo de 1960. Nunca se probaron fehacientemente los supuestos crímenes que Chessman habría cometido (asesinatos, violaciones, secuestros). De ahí la controversia y el contundente apoyo que recibió de parte de intelectuales (Aldous Huxley, Ray Bradbury), actores, actrices (Marlon Brando, Brigitte Bardot), y periodistas en su momento.

Chessman era un tipo brillante, que se animó a asumir su propia defensa. Durante los 12 años que permaneció preso, estudió Derecho y Latín, escribió 3 libros autobiográficos (“Celda 2455, Corredor de la Muerte”, “Juicio por ordalía”, “El rostro de la Justicia”) y una novela (“El chico era un asesino”), y logró esquivar 8 veces la pena de muerte. La justicia californiana se ensañó con él apoyada en una sesgada interpretación de la Ley Lindbergh (1933), a raíz del secuestro y asesinato del bebé del aviador. Lo cierto es que su caso se convirtió en un emblema internacional de la lucha contra la pena capital.

“El asesino de la luz roja”, unipersonal protagonizado por Martín Alvarez, con dirección y guión de Guillermo Ale, es una audaz y muy trabajada propuesta, que muestra al condenado en su cautiverio, pergeñando ingeniosas estrategias para demostrar su inocencia. El versátil actor se desdobla en múltiples personajes: el fiscal, el Juez, sus compañeros de celda, su madre, etc., e interpela al público como si se tratase del jurado popular que debe decidir su destino. Por momentos, ensaya un sentimentalismo impostado para conmover; en otros, se muestra en carne viva. Chessman está muerto en vida, pero hará todo lo posible para zafar del anunciado e inevitable desenlace. La composición de Alvarez es verosímil y medular. Su personaje logra por momentos embaucar al público, haciéndonos dudar sobre su verdadera personalidad. Atrae y repele, despierta empatía y rechazo, de ahí lo atractivo del desafío asumido. Misión cumplida.

En la puesta en escena  se percibe claramente la mano del director Guillermo Ale: los abruptos cambios de clima, las transiciones, las deliberadas pausas, los golpes de efecto, el suspenso, los sonidos estridentes  que sobresaltan al espectador, la puesta de luces, y el final visualmente impactante; todo habla a las claras de una muy cuidada y pensada “mise en scène”. Bien elegidos los elementos que manipula el actor, transformándolos y resignificándolos a lo largo de la obra.

El estreno de “El asesino de la luz roja” se realizó a sala llena en “Dynamo Teatro”, por lo que se anunció una nueva función el domingo 28 de diciembre (curiosamente, el “Día de los Inocentes”). Muy recomendable.

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