Espectáculo austero, minimalista, despojado, quintaesencial. El actor y un pianista. Una silla, un atril, un escenario casi vacío. Todo deliberadamente puesto al servicio de las palabras y la música. Las palabras del poeta en boca del actor quien, por arte de magia, se transmuta en Machado, calzándose su abrigo, su sombrero, valija y bastón en mano.
Ninguna concesión que distraiga o perturbe el clima intimista del encuentro. La sutil y precisa puesta de luces acompaña y dibuja paisajes, previamente esbozados por la voz del poeta, a través de su magnífico intérprete.
Una fiesta para el alma este homenaje a Antonio Machado (1875-1939), poeta que muere en Collioure, al sur de Francia. Su hermano José encuentra un papelito en el bolsillo de su gabán, con sus últimos versos: “Estos días azules/ y este sol de la infancia”. “Me he tomado la libertad de interpretar el último poema de Don Antonio como su deseo de volver a Sevilla”, confiesa Sacristán. De hecho, el subtítulo reza: “De la muerte en el exilio al huerto claro de la infancia, donde madura el limonero”.
En cuanto a la elección de poemas, el actor de películas tan memorables como: “La colmena”, “Solos en la madrugada” y “Asignatura pendiente”, explica: “La selección ha buscado hablar de la vida de Don Antonio sin enfatizar un determinado aspecto. Aparece lo privado, lo político, lo social, la crónica del paisaje.”
Y el resultado conmueve. El pianista, Facundo Ramírez, le propone un viaje al cansado y triste poeta. Dialogan, conversan como dos buenos amigos, se acompañan, transitan senderos en el espacio y en el tiempo, se detienen a admirar algún paisaje, a observar un olmo seco, a reprocharle al Señor el haberle arrancado lo que más quería, a recrear con dolor el asesinato de García Lorca, a soñar que sueñan, a imaginar una España joven, a cabalgar coloridos pegasos de madera, y a recordar que, en definitiva, todo pasa y todo queda…
En el piano: Albeniz, Chopin, Brahms, Mozart, Liszt, Saucan, María Elena Walsh, Facundo Ramírez, hermosas piezas para tan bellas palabras.
En tiempos como éstos, de palabras devaluadas, lenguaje bastardeado y música estridente, la cita del domingo en el Coliseo Podestá fue un verdadero bálsamo para el espíritu.