Los argentinos no salimos de nuestro asombro. ¿Cómo alguien pudo caer tan pero tan bajo? Ya cuando responsabilizó del festejo en Olivos a su “querida Fabiola”, Alberto Fernández dio una señal de su escasa hombría de bien. Al fin y al cabo, quien no debió autorizar esa reunión fue él, como presidente de un país que en ese momento estaba encerrado, mientras él mismo, con su índice acusador, advertía que no nos hiciéramos “los vivos” no respetando la cuarentena. Pero lo que surge ahora casi por casualidad al investigar el escándalo de los seguros es digno de una serie de TV de poca monta. Lo más triste es que nos ensucia a todos, nos avergüenza a todos, porque esos hechos ocurrieron nada menos que en la Casa Rosada y la quinta de Olivos, que nos pertenecen a todos. Yo no pondría el foco en las mujeres que supuestamente lo visitaban; no son ellas las responsables de su actitud libidinosa y adolescente. Sí prestaría atención a su entorno, a los que sabían, veían, escuchaban y callaban por “obediencia debida”, por conveniencia, por el “no te metás” tan típicamente argentino. El cinismo y la hipocresía de Fernández, cuando lo recordamos militando el feminismo, suenan hoy atroces, una burla imperdonable. Es inconmensurable, además, el daño que les hace al peronismo y al kirchnerismo. Su irresponsabilidad es un nuevo “cajón de Herminio Iglesias” para quienes lo ayudaron a llegar a un lugar que nunca mereció. Sin retorno. Oprobioso.

Diario La Nación, 13/08/2024