Dramaturgia: Facundo Zilberberg y Verónica Llinás. Dirección: Laura Paredes y Verónica Llinás. Intérpretes: Verónica Llinás, Darío Lopilato y Héctor Díaz. Escenografía: Julieta Ascar. Iluminación: Eli Sirlin. Vestuario: Sofía Di Nunzio. Dirección: Laura Paredes y Verónica Llinás. Teatro Municipal Coliseo Podestá, La Plata.
Los teatreros y teatristas venimos disfrutando del extraordinario histrionismo de Verónica Llinás desde los gloriosos tiempos de “Gambas al ajillo”. Esta actriz todo terreno aborda distintos géneros con asombrosa ductilidad y versatilidad. Su talento para la comicidad es infalible. En algunos momentos de “Antígona en el baño” (a sala llena en el Teatro Municipal Coliseo Podestá de La Plata), creí percibir en ella algo de la inefable y extrañada China Zorrilla, también habitué de ese emblemático escenario. Su gama de matices en lo vocal, gestual y corporal es infinita. Captura y mantiene la atención del espectador de cabo a rabo. “Capo lavoro”, como siempre.
Su personaje, “Ignacia”, es una actriz de larga trayectoria en culebrones de televisión, que aspira a triunfar en las tablas, nada menos que con una tragedia griega. La verdad sea dicha, a “Nacha” no parece darle el cuero para enfrentar semejante desafío. Ni siquiera se abocó a estudiar el texto original, y a gatas pronuncia los nombres de sus protagonistas. Está al borde de un ataque de nervios, casi dispuesta una vez más a suspender el estreno. Se comporta como una diva caprichosa con su “representante y asistente Junior” (Darío Lopilato), quien –desesperado- convoca al terapeuta “paisajístico” y “coach ontológico” de la actriz (Héctor Díaz), para que la serene y la haga entrar en razones. El remedio resulta peor que la enfermedad. De ahí en más se suceden cataratas de situaciones tragicómicas, al lado de las cuales el texto de Sófocles es un poroto.
Llinás le saca todo el jugo posible a su personaje, subrayando las características más oscuras de una actriz mediocre, pendiente del qué dirán, de la mirada de los otros. Criticona, envidiosa, falsa, pagada de sí misma, aterrada por el paso del tiempo, por la inminente llegada de la vejez, del deterioro, de la decadencia, del anonimato. Hay mucho guiño cómplice al oficio del actor, con sus inseguridades, su necesidad de agradar, de que lo quieran, lo respeten, lo aplaudan.
El texto de la comedia de Facundo Zilberberg y la propia Llinás es muy inteligente y profundo. Una prueba más de que se puede hacer reír con buenas armas. El público festeja todo, todo el tiempo, y también hace silencio profundo cuando la escena lo amerita. La dirección de Laura Paredes y la actriz, impecable. Una puesta con un ritmo vertiginoso, cuadros desopilantes, climas contrastantes, todo en un cuarto de baño ampuloso como la Diva, fruto de la excelente escenografía de Julieta Ascar. La puesta de lumínica de Eli Sirlin también juega un rol clave. El brilloso vestuario de Sofía Di Nunzio, tan kitsch como la “prima donna”.
En cuanto a Darío Lopilato y Héctor Díaz: ideales co-protagonistas de la comedia. El excéntrico terapeuta y sus estrambóticos “ejercicios” arrancan carcajadas. Gran actor Díaz, a quien hemos visto en notables composiciones, casi siempre cumpliendo un rol secundario, aunque le sobran recursos para protagonizar. Lopilato-“Junior”, muy convincente en la piel del sufrido y gracioso asistente, logra una compleja transición en la inesperada vuelta de tuerca final que propone el texto.
La sutileza del monólogo final de “Antígona”, tan contrastante con el inicial, nos devuelve por unos preciados instantes a Llinás, la actriz dramática
Dos funciones “sold out” en el Coliseo de La Plata. El público agradece reír a mandíbula batiente, tras ver un espectáculo cuidado, con esmerada producción, que devuelve con creces el valor de la entrada.