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Chicas, con una mano en el corazón: ¿no aborrecen las vacaciones de invierno?
Otra ortiva que piensa como yo. Pisás una baldosa y salen pendejos. Un horror!
¿Ustedes vieron la cara de sufridas de las pobres madres? Desencajadas están.
Es que tienen que cumplir con el sacrosanto mandato de entretener a la borregada, con prisa y sin pausa, y no les da ni el tiempo, ni la energía, ni el bolsillo.
Y encima con el aguinaldo fraccionado, magia no se puede hacer. Viste que los chicos son una máquina de pedir: “¡Quero! ¡Quero! ¡Ahoda, ahoda! ¡Compáme, compáme!”
Ni hablar de los cientos de chabones disfrazados de muñecos de goma espuma, volanteando a cuatro manos por calles y plazas. Te agarran del cogote para que vayas a ver sus espectáculos.
Y al precio de la entrada, sumále el pochoclo, el juguito, los caramelos, más toda la “merchandising”, souvenirs y otras hierbas. Un gastadero infernal.
Peor son los payasos globólogos, que te encajan la jirafita o el conejito de prepo, “¡A die pesito, Mamita!” Encima, confianzudos, los yosapas.
Si hay algo que me deprime mal es el “Trencito de la Alegría”. Ganas de llorar.
Sobre todo si hay una Pantera Rosa arratonada, pandereta en mano, incitando a los resignados pasajeros a hacer palmas. Depresión Terminal.
¿No es más entretenido desempolvar los viejos juegos de mesa? El Ludo, la Oca, el Scrabble, El Estanciero, las Damas, el dominó, los dados, las cartas…
Los chicos te los tiran por la cabeza. La play y la compu los divierten más.
Bueno, che, pero es saludable ponerles límites de vez en cuando.
¡Sí, claro! Justo en vacaciones. Si no lo hiciste antes, perdiste. Están cebados.
Tenés razón. La culpa es nuestra, por darles todos los gustos. Cuando nosotras éramos chicas, nuestros viejos nos tenían más cortitas.
Además, Ema, éramos menos pedigüeñas porque no estábamos bombardeadas por tanta publicidad. Los chicos de hoy son esclavos del consumismo salvaje.
Y en esos tiempos, se podía jugar en la vereda, andar en bici, patinar, jugar a la mancha, al poliladron, a las estatuas, a la rayuela, a las escondidas. El barrio era la prolongación de nuestra casa, un lugar seguro. Eso también se perdió.
A mí en vacaciones, mi nonna me enseñaba a cocinar. Macitas, tortas, de todo.
¿Y qué pasó que te olvidaste, Elsi? Porque ahora, ni un huevo duro, ¿no? Toda la heladera tapizada de imancitos de “Delivery”. Un bochorno.
La comida es otro tema en vacaciones de invierno. Se atosigan de chatarra.
Peor los maestros que les dan deberes a rolete, que por supuesto se harán a las corridas, el último domingo a la tardecita.
No te apures. Como están las cosas, las clases no empiezan ni ahí. No está el horno para bollos. Los Montescos y Capuletos de la política están que trinan.
Me llaman la atención los pibes que “tomaron” algunos colegios para hacer ciertos reclamos, pero suspendieron esa toma por vacaciones. Poco seria la protesta, ¿no? Un tanto “light”.
Los chicos copian lo que ven. Y los modelos de los mayores dejan mucho que desear. Más bien, brillan por su ausencia. Hagámonos cargo, compañeras.
Mirá, en ocasiones como éstas, de maratónica diversión obligada, revalorizo la vilipendiada rutina. Nunca añoré tanto la oficina. ¡Me salió en versito y todo!
Una semanita más y vuelta al extrañado yugo. ¡Chin, chin!