¿Cómo? ¿No te enteraste? Te vas a quedar sin laburo como traductora.
¿Y vos, qué sabés? ¿Acaso te acostás con mi jefe?
No, graciosa. Salió una lapicera que traduce a 45 idiomas. Se llama “Quicktionary TS Premium”, y ni siquiera necesitás conectarte a Internet.
¿Y cómo funciona, a ver?
Fácil. Pasás la punta del aparato por encima de las palabras, como si fuera un resaltador, y te las traduce al idioma que querés.
¡No vas a comparar! Eso es para la gilada. Lo nuestro es mucho más artesanal, más cuidado, más elaborado. Una máquina jamás reemplaza al hombre.
Algunas sí. ¿O ya te olvidaste de la reunión Tuppersex que hicimos en tu casa?
Esas tampoco lo reemplazan. Son apenas un tentempié. Un sustituto. Un muleto.
¡Cómo ha cambiado todo, chicas! Pensar que cuando íbamos a la primaria, en el pleistoceno, nuestro único auxiliar tecnológico era el ábaco de madera.
¡Y leíamos libros, ¿se acuerdan?! ¡Había libros en las casas! Éramos socias de la biblioteca pública del barrio. Todavía tengo impregnado el olor de ese lugar.
Y hoy, el posible ganador de “Gran Hermano”, uno de los programas de mayor audiencia de la tele, es un chabón que cree que el Himno Nacional lo escribió Sarmiento. Qué pasó con la educación en las últimas décadas, me pregunto.
Un tsunami pasó. El viento Zonda. El huracán Katrina. Todos juntos.
Eso no es lo peor. Los chicos no son los únicos burros. Si prestan atención, los carteles sobreimpresos en la pantalla, también tienen horrores ortográficos.
El problema es que lo didáctico tiende a ser aburrido en la tele. No le encuentran la vuelta para educar y, al mismo tiempo, entretener y divertir.
Ustedes dirán que yo soy una rebuscada, pero a mí me parece que mantenernos en la ignorancia es un plan deliberado. La gente instruida, crítica y pensante es peligrosa para el sistema, difícil de manipular.
¿Habrá arrancado todo con Onganía, y sus bastones largos abolla-ideas?
También hubo una época de “¡Alpargatas Sí, Libros No!”, ¿se acuerdan?
¡Che, yo no soy modelo ’45, aflojá!
Y antes todavía, volviendo a Domingo Faustino, “Civilización y Barbarie”, también del ’45, pero siglo XIX.
Las viejas antinomias de siempre: blanco-negro; River-Boca; Pincha-Lobo; radicales -.conservadores; peronistas – gorilas; oficialistas-contreras; golpe vs. revolución, ellos y nosotros.
Peor que Gran Hermano, que los programas de archivo, los de chimentos y Tinelli, son los programas políticos. Los candidatos no saben debatir ideas; no se escuchan, hablan todos a la vez y se gritan como conventilleras. No se les cae una idea ni por casualidad. Una bolsa de gatos rabiosos. Impresentables.
Y eso que ellos sí fueron a la escuela, y algunos a la Universidad.
Es que los buenos modales no pasan por la educación formal, sino por lo que aprendiste, o no aprendiste en tu casa.
Esa es otra cosa que quedó en el camino: la casa, la familia. Piezas de museo.
Ahí es donde las normas de convivencia, el respeto y los valores se mamaban.
Bueno, a falta de algo mejor, mamémosnos con birra, aquí y ahora ¡Chin, chin!