por Irene Bianchi
- ¿Qué talco, boludas? ¿Tudu bom? ¿Tudu legal?
- ¡Epa, nena! ¡La boquita! ¡Qué bicho te picó que hablás así?
- No me censures, Telma, que en el Congreso de la Lengua la palabra “boludo” fue la estrella máxima. Así que, violín en bolsa, eh. Mutis por el foro. Chito.
- ¿En serio? Pensar que en mi época, era un insulto espantoso. Ahora, es como decir “che, vos”. Perdió fuerza.
- No siempre. Cuando el nene del abogado estrella de Mangieri le dijo al papi en cámara: “Pero, boludo, si la mató él”, ahí tuvo impacto.
- Lo que dijeron en el Congreso es que “boludo” es la palabra que nos identifica, la que mejor nos representa a los argentinos. La sugirió el poeta Juan Gelman
- ¿No será también la que mejor nos define? Triste.
- ¿Se acuerdan cuando el Negro Fontanarrosa propuso una suerte de amnistía para las malas palabras? Fue en el Congreso de la Lengua en Rosario en 2004.
- Estuvo genial. En ese contexto tan formal y acartonado, se preguntó honestamente quién clasifica las palabras en buenas o malas, por qué son los parientes impresentables del lenguaje socialmente aceptado, quién les puso el mote de vulgares o chabacanas. Además de afirmar que son ireemplazables.
- Sí, me acuerdo. Además aclaró que “carajo” que acá es mala palabra, en realidad es el mástil más alto de los barcos, donde se mandaba al vigía.
- Y demostró cómo la palabra “mielda” en boca de los cubanos, carece de fuerza y potencia por la ausencia de la “ere”.
- Yo propongo reemplazar las inocentes puteadas nuestras de cada día por auténticas malas palabras, que definen males verdaderos: corrupción, negociados, censura, pobreza, analfabetismo, inanición, abuso, violencia, discriminación, acoso, autoritarismo, intolerancia, violación, trabajo infantil, trata de personas, trabajo esclavo, pedofilia, maltrato animal, deforestación …
- Pará la máquina, Angelita, que vas a estar hasta mañana si seguís con esa lista. Además, aburrís con tu moralina. Te ponés densa.
- Mi psicólogo dice que las malas palabras son necesarias para descargarse.
- Seré curiosa: ¿eso incluye putearlo cuando te aumenta sus honorarios?
- Sólo con el pensamiento. Si lo hago en voz alta, capaz que me interpreta.
- Mi vieja me decía: “Sos una cloaca, nena. Un estercolero. Tanta palabrota al cuete. ¡Mal hablada! ¡Boca sucia! ¡Te la voy a lavar con cepillo y jabón!”
- ¡Ah! Arrancaste de chiquita nomás. Bastante razón tenía tu señora madre.
- Yo si un hijo o un nieto me dice “boluda”, le doy un sopapo. Cortito y al pie.
- Pero en una de ésas te lo dicen cariñosamente. Sin mala intención.
- Cariñosamente, las pelotas. Para mí, sigue siendo un insulto.
- Pero el otro día te oí decir: “Uy, ¡qué boluda! ¡Me olvidé los anteojos!”
- Una cosa es que me lo diga yo a mi misma. Eso está permitido.
- ¿Y cuando me llevaste en auto a mi casa, que le gritaste “¡Corrrrrnudo!” al pobre tachero?
- Se lo merecía. Me pasó por la derecha. Y bien finito. Y no es mala palabra.
- Tené cuidado, Angelita. Vos te transformás cuando manejás. Un día vas a bajar con el traba volante y le vas a encajar un fierrazo a alguien. Sos de temer.
- ¡No! Soy pura espuma. Pero me encanta mandar a los tipos a lavar los platos.
- Bueno, boludas, las que no votaron, las llevo, ¿ok?
- Dále. Pero nada de putear en el cuarto oscuro. Por la Patria: ¡Chin, chin!