– Disculpáme, Lili. ¿No te pusiste corpiño? Se te notan los timbres, nena.
– ¿Y qué? Me rebelé. ¿No la escuchaste a Anamá Ferreira?
– Nunca entiendo su portuñol, así que no sé lo que dijo.
– Apoyó a la piba sancionada por ir sin corpiño al colegio de Villa Urquiza.
– ¡Chicas! ¡Esto es más viejo que la escarapela! ¿O acaso no se acuerdan de la quema de los corpiños en la década del 60 en Estados Unidos? “Bra burning”, se llamó. Todas fuimos testigos de eso. No se hagan las pendex, please.
– Yo hace mucho que me liberé del corpiño.
– ¡Qué viva! Desde que te las hiciste, Noemí. Es lo único que te queda en pie. El resto de nosotras las pateamos con las rodillas. Maldita ley de gravedad.
– Salvo yo, que siempre fui la “tabula rasa” de Descartes. Ventajas de ser chata.
– Parece que los pezones son pecaminosos. ¿Vieron que en las fotos les ponen tiritas? Censura pezonal. Nunca lo entendí.
– Cierto, porque los tipos también tienen pezones, y algunos tetillas prominentes, y los muestran con absoluta naturalidad.
– Chicas, yo en invierno, debajo de la ropa gruesa, no uso. Pero cuando hace calor, con ropa liviana, me da cosa …
– Porque estamos condicionadas. Hagamos memoria. No hace mucho, en términos históricos, que las mujeres usamos pantalones. Ni hablar cuando apareció la minifalda: un escándalo. Nos ha costado sangre, sudor y lágrimas vestirnos como se nos canta.
– ¿Sangre, sudor y lágrimas? ¿Le pediste permiso a Sir Winston Churchill para citarlo?
– Es una manera de decir. Las pibas tienen razón. No es justo que se nos juzgue por la ropa que nos ponemos. Hace poco, nomás, ¿qué le preguntó Nico Repetto a una chica acosada? “¿Qué tenías puesto?”. Como si eso justificara cualquier cosa. Lamentable.
– No es lo único lamentable. ¿Oyeron algo del “certificado de virginidad” para casarse de blanco por la Iglesia?
– ¡Me estás jodiendo! Es una jodita para Tinelli, ¿no?
– Lo leí, te lo juro. Con certificado médico y todo, que garantice que “no caíste en la tentación” antes de pasar por el altar.
– Y supongo que a los tipos también se les exige lo mismo, ¿no?
– No, a ellos no. Porque “por su naturaleza”, no se les puede exigir semejante sacrificio.
– ¡No lo puedo creer! ¡Volvimos a la Edad Media!
– Y eso no es todo. Las que “debutaron” antes, se pueden casar por Iglesia, pero no de blanco. Rosita bebé, amarillo patito, pero blanco, no, porque “perdieron la pureza”.
– ¿Por qué no se ocupan de temas más serios? Tanto cura pedófilo, entre otras aberraciones.
– A mí me parece que los curas y las monjas deberían poder casarse, si quieren, sean homosexuales o heterosexuales. Hay que discutir el tema del celibato obligatorio. Que sea una decisión personal, no una imposición.
– Hablando de casamiento, ¿vieron que se está poniendo de modo la “sologamia”?
– Y eso, ¿con qué se come?
– Burra. Sologamia es contraer nupcias con una misma.
– ¿Con una misma? ¡Qué aburrido!
– No creas. En caso de crisis, no hay divorcio ni división de bienes. Todo queda en casa.
– ¿No nos estaremos yendo al pasto, chicas? Ojo con la epidemia de gatoflorismo.
– Ya encontraremos el justo medio. Tanta represión, tanta censura, es lógico que ahora explotemos cual olla a presión.
– Chicas: les propongo algo: vamos todas juntas al baño y nos sacamos los corpiños, como Lili.
– Todas juntas, no. De a dos. Si no, va a resultar sospechoso.
– Y además una se lo desprende a la otra. El mozo se va a infartar, pobre.
– Brindemos por este corpiñazo veterano. ¡Chin, chin!