Durante la pandemia y la cuarentena interminable y absurda a las que nos sometió el des- gobierno de los Fernández, la triste estadística que todos seguíamos se resumía en una pregunta: ¿Cuántos muertos ayer? Lo habíamos naturalizado, como una maldición inevitable, casi un castigo bíblico. Hoy, la pregunta que nos hacemos a diario es: ¿cuántos asesinados en Rosario o en el conurbano? También lo hemos naturalizado. Nos acostumbramos a lo peor, ya ni nos escandalizamos. A falta de pan, es el homicidio nuestro de cada día. ¿Tan resignados estamos? ¿Tan anestesiados? ¿Tan indiferentes al dolor ajeno? ¿Tan inertes? Convivimos con la violencia, con el delito, con la propia muerte. Me viene a la memoria un estremecedor poema de Bertolt Brecht: “Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó. Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importó. Más tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó. Después siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó. Ahora vienen por mí, pero ya es demasiado tarde.” ¿Y si somos la próxima víctima?
Diario Clarín, 17/4/2023